sábado, 27 de diciembre de 2008

Apuntes salvadoreños (III)

Las dos Cumbres (nov. 2008)

La función de este artículo consiste en describir y valorar acontecimientos de actualidad en España que resulten de interés en Latinoamérica. Inmejorable ocasión para cumplirla es opinar acerca de la pasada XVIII Cumbre Iberoamericana, con San Salvador ejerciendo de anfitrión y el problema de la crisis económica planeando en todas las reuniones.


Convengamos antes de comenzar que este mundo de las cumbres internacionales encarna de modo impecable las pautas de la política-espectáculo. Decía Guy Debord que la sociedad de la publicidad universal se basa en el secreto generalizado, y una buena prueba de ello la encontramos en el tratamiento periodístico que obtienen estos encuentros multilaterales. El público lector suele acceder a todo un repertorio de gestualidad diplomática, declaraciones solemnes, fotografías oficiales y anécdotas humorísticas. Lo sustantivo -la materia tratada, los compromisos adquiridos, las decisiones adoptadas- queda por regla general ocultado al público y, por consiguiente, sustraído del debate. Por eso no es de extrañar que la Cumbre Iberoamericana incomparablemente más famosa por estos lares haya sido la del “¿Por qué no te callas?” del rey Juan Carlos al presidente Chávez. En ella vemos bien plasmada la metodología espectacular referida: mientras que en la retina de todos quedó grabada la amonestación real, nadie pudo escuchar los argumentos que la provocaron, como tampoco los reproches de Daniel Ortega al empresariado español que levantaron al monarca de su asiento.


Con la última Cumbre ha sucedido algo similar. Durante todo un mes, hemos vivido intrigados por saber si finalmente el primer ministro español estaría presente en el encuentro del G-20 celebrado en Washington para “refundar el capitalismo”. Como consecuencia de esta prioridad informativa, la reunión de los jefes de Estado iberoamericanos ha sido contemplada por aquí a través de dicha preocupación: “Lula da Silva apoya la presencia de Zapatero en Washington”, “Bachelet estaría si la tuviese dispuesta a ceder la silla chilena al presidente español”, “Elías Antonio Saca pide que Zapatero actúe como portavoz de Latinoamérica”, rezaban los titulares.


Sólo interesaron, en efecto, las gestiones realizadas y los respaldos recibidos para poder asistir al G-20. Lo más relevante quedó de nuevo relegado y pocos conocieron la participación de los grupos sociales en la Cumbre, la próxima apertura de este foro a otros Estados y ONG’s o la misma Declaración de San Salvador, cuyos propósitos vuelven a evidenciar cómo las políticas públicas del bienestar constituyen un horizonte insustituible. Pero lo peor acaso no sea la ignorancia inducida de estos extremos sino el descuido estratégico, ya apuntado por el expresidente portugués Mario Soares, de no sumarnos a las iniciativas financieras, comerciales y energéticas que comienzan a ensayarse por allí con independencia de la tutela estadounidense. En lugar de colaborar con un modelo alternativo y emergente, a salvo por ahora de la crisis, estamos prefiriendo seguir las directrices de su primer causante. A ver cómo nos va…

martes, 23 de diciembre de 2008

Apuntes salvadoreños (II)

La inmigración y los afectos (oct. 2008)

Hace unos días, cuando iba camino del trabajo, tropecé con un antiguo compañero de la facultad. Abatido, me contaba las adversidades que su pareja, de nacionalidad rumana, estaba sufriendo para obtener un trabajo digno. Escuchando sus justificados lamentos, acudían a mi mente las aberrantes noticias que, desde hace meses, pueblan las secciones internacionales de cualquier diario.


A estas alturas, tras las miles de vidas ahogadas en el paso por mar hasta Europa, nadie negará el intolerable drama humano que supone el fenómeno migratorio. Otra cosa bien distinta es que exista un acuerdo sobre cómo afrontar este problema de muertes, desplazamientos forzados y marginación. A un alma cándida y racional pudiera resultarle un dilema fácilmente resoluble, con la condonación de la deuda externa y una inversión generosa y vigilante en cooperación y desarrollo. Las relaciones políticas y económicas transnacionales, sin embargo, no parecen guiarse por la racionalidad ni por la candidez.


De tenor bien diferente es la apreciación que aquí merece el inmigrante, siempre envuelto por una misteriosa capa de temor y productividad. Quizá lo que prime sea el miedo que suele suscitar la diferencia, difundido en España con pertinacia por aquellos medios informativos que insisten en asociar nacionalidad y criminalidad: «tres individuos de nacionalidad colombiana atracaron el pasado fin de semana cinco joyerías», se les oye relatar. De poco sirve para contrarrestar esta propagación de clichés la constatación de que la gran mayoría de inmigrantes vive, como puede, de su humilde trabajo.


No crean, en cambio, que la productividad de la población extranjera pasa inadvertida a nuestros dirigentes. La veda contra el inmigrante la abrió, sin duda, la llamada «directiva europea de la vergüenza», que, negándole el derecho de que gozamos los europeos a no ser encerrados sin previa sentencia judicial, lo convirtió en un sujeto infrahumano. Ahora interesa sólo en cuanto pueda contribuir, a bajo coste y sin causar molestias, a la producción de riqueza. Un ex-ministro conservador español denunciaba que los «inmigrantes colapsan los servicios de urgencias», negándoles implícitamente el derecho a la asistencia sanitaria. Una ministra italiana proponía atenuar su expulsión regularizando la situación de quienes cuidan a ancianos, para impedir así el regreso de la cuidadora de su madre. Por su parte, Alemania quiere facilitar la permanencia de los graduados universitarios, propuesta que probablemente se impondrá en la Unión Europea con la concesión de una tarjeta distintiva a los extranjeros profesionalmente cualificados.


Estas excepciones a la «directiva de retorno» no hacen sino confirmar la evidencia: sea por desempeñar labores penosas o por ocupar puestos relevantes, la inmigración ha impulsado el bienestar europeo. Pero, así entendida exclusivamente, cosificamos y deshumanizamos a los inmigrantes.


Mientras mi compañero continuaba hablando, me preguntaba, ¿qué ocurre entonces con los lazos afectivos que han comenzado a unirnos inextricablemente a ellos?, ¿por qué además de su impagable contribución económica no reconocemos también su valiosa aportación cultural y sentimental?

sábado, 6 de diciembre de 2008

Apuntes salvadoreños (I)

Un querido amigo, camarada de los inolvidables tiempos de la Erasmus -algún día escribiré sobre la utopía terrena que supone tal experiencia-, me ha invitado a redactar un artículo mensual para un dominical que él edita en El Salvador. Como me está permitido colgar mis textos una vez publicados allá, pues comienzo ahora con esta breve síntesis sobre las relaciones hispanoamericanas, con la ventaja además de poder incluir las primeras versiones extensas, con su título original, sin pasar aún por la tijera del editor.

América para España, España para América (sept. 2008)

En la ya larga historia de las relaciones entre España y América se han atravesado períodos bien diversos. El descubrimiento dio paso a una fase nominalmente civilizadora, pero materialmente colonial, evangelizadora y extractiva. Los habitantes de aquellas tierras tenían para los habitantes de ésta la entidad de puros objetos, los cuales fueron brutalmente instrumentalizados en beneficio de los sectores eclesiásticos y económicos que decían civilizar a los indígenas extraviados.


Pasados los siglos y los sucesivos genocidios, América se emancipó de una Metrópolis descompuesta, dando con ello una lección de liberalismo a los sectores más avanzados de la sociedad española de entonces. Se tendieron ahí las condiciones que hicieron posible unas relaciones de intercambio, más que de dirección y sometimiento. Aunque los próceres españoles continuasen ejerciendo su patronazgo intelectual, la cultura americana comenzó a ser estudiada con cierto respeto y reconocimiento.


Era, sin embargo, demasiado pronto para que el eurocentrismo cayese de su trono y España dejase de mirar por encima del hombro a sus vecinos americanos. La historia tuvo que mostrar que la ‘civilizada’ Europa estaba interiormente pútrida para que ambas sociedades, la americana y la española, se equiparasen. Esa nueva fase se vivió aquí con especial intensidad, pues de visitar las Américas para pronunciar conferencias, muchos españoles prestigiosos pasaron a refugiarse en aquellas latitudes para salvar sus vidas de la barbarie totalitaria.


Con la triste experiencia del exilio, la relación de intercambio se intensificó. Por un lado, muchos representantes ilustres de la intelectualidad española impulsaron el desarrollo de países como México, Argentina o Bolivia. Por el otro, iniciativas americanas como el Fondo de Cultura, el Colegio de México o la editorial Losada, ponían en circulación ideas que oxigenaban la atmósfera asfixiante de la España franquista.


Pero por vez primera, tal relación de intercambio se trocó en una relación de neto aprendizaje por parte de los españoles. La cultura americana, en cuanto desligada de los valores individualistas y economicistas que habían llevado a Europa al colapso, fue recuperada como alternativa frente a los dos bloques de la Guerra Fría por autores de la altura de Francisco Ayala. Mientras, bajo la dictadura, se invocaba de nuevo la España imperial y colonial.


¿En qué momento nos encontramos hoy? Desde luego, el hilo negro de la relación ‘civilizadora’ parece no haber dejado nunca de estar presente, a juzgar por la Exposición Universal de 1992 y la pulsión depredadora de multinacionales españolas establecidas en América. Tampoco ha remitido la tendencia de guiar los pasos de los habitantes americanos desde una presunta superioridad. Mas, a pesar de dichas persistencias, creo que hoy volvemos a situarnos en una fase en la que toca a España aprender de América, pues, detrás de todas las tergiversaciones mediáticas, oculta tras los conflictos interesados, late allí una enseñanza fundamental, olvidada hoy por estos lares: que los pueblos son dueños de sus destinos, que continúa teniendo sentido el deseo de convivir desde el respeto a la pluralidad y la dignidad de nuestros semejantes.

martes, 18 de noviembre de 2008

Las prejubilaciones de Telefónica

Con algo más de tiempo para navegar por estar griposo en casa, me siento muchas veces tentado de incluir apuntes con reflexiones suscitadas por la lectura de algún artículo o noticia. Han sido varias las ocasiones en que me he puesto a escribir sobre la Universidad o nuevamente sobre economía, aunque me he abstenido finalmente de hacerlo para aprovechar el tiempo en deberes más apremiantes.

No me resisto, sin embargo, a transmitiros mi perplejidad, mi absoluta incomprensión, ante el expediente de regulación de empleo de Telefónica. En principio, nuestro benemérito Corbacho amagó diciendo que no consentiría que compañías con millones de euros de beneficio destruyesen empleo impunemente, aun con el miserable acuerdo de estos sindicatos burocratizados. Como suele ocurrir con los paños calientes socialdemócratas, aquellas declaraciones se han quedado en agua de borrajas, y tras unas modificaciones cosméticas, Trabajo ha terminado admitiendo la propuesta del operador.

No es esta lamentable flexibilidad gubernamental, ni la vergonzosa complicidad sindical, la que me lleva a escribir el apunte, aunque dan tela que cortar para varios. Lo sorprendente a mi juicio del asunto es el contenido de la regularización laboral prevista. Hasta el mismo lenguaje demuestra estar viciado cuando con sus sustantivos nos lleva a inferir normalidad y regularidad de lo que es biológicamente anormal y sociológicamente irregular. Por lo visto, las prejubilaciones que Telefónica tenía previstas se iban a aplicar a empleados mayores de... ¡48 años! Una vida laboral truncada antes de los 50, edad en la que más bien habría de comenzar el cenit profesional, una vez alcanzada la serenidad, la madurez intelectual y la amplitud de miras necesarias para ejecutar un buen trabajo y que sólo dan la experiencia y el esfuerzo continuado. El caso es que la objeción ministerial a esta barbaridad no ha sido, como esperaba escuchar, una prolongación de la edad a partir de la cual puede solicitarse la prejubilación, sino la supresión de cualquier límite de edad, para que pueda acogerse a ella todo trabajador interesado.

Claro, este tipo de políticas son posibles, además de por la aquiescencia del poder político y de los representantes sindicales, por la existencia de toda una legión de licenciados jóvenes bien cualificados y dispuestos, la mayor parte de las veces por necesidad o dignidad, a trabajar por poco más de mil euros. Por eso no es de extrañar que estemos casi en el último puesto mundial en lo que respecta a la posición económico-social de nuestros graduados universitarios. Pero ni siquiera colocados en la óptica empresarial funciona la medida, pues o bien los puestos que van a ser destruidos o sustituidos carecen de importancia estratégica, y entonces ha sido todo un éxito endilgar a la Seguridad Social el salario de cientos de empleados, o bien volvemos a contemplar una nefasta política empresarial, regida en exclusiva por la política cortoplacista de los costes y los beneficios en lugar de por criterios, con mayor proyección temporal, de calidad, experiencia y seguridad.

La pena es que, de ser auténticos liberales, esta última y censurable tendencia sería castigada por la demanda ante una oferta inconsistente, pero ¿alguien cree aún que en telefonía como en otros sectores -léase electricidad- existe aquí un régimen de libre competencia? ¿No presenciamos más bien los antiguos monopolios produciendo ahora beneficios privados?

miércoles, 12 de noviembre de 2008

La espontaneidad del liberalismo conservador

Leyendo hace unas semanas en la Biblioteca Nacional una monografía del experto de las tradiciones de derecha en España, Pedro González Cuevas, volvía a percatarme de uno de los rasgos prominentes del liberalismo conservador, desde Alcalá Galiano al mismo Hayek.


Como es notorio y sabido, su axioma fundamental, en el que reverberan religión y tradición, consiste en considerar legítimas sólo y exclusivamente aquéllas relaciones y posiciones producidas por el desenvolvimiento espontáneo y autónomo de la sociedad, sin la menor injerencia por parte del poder político. Sabido es también -quizá hoy más que nunca- que tal axioma es una falacia, pues tanto en la historia como en el presente el liberalismo se ha apoyado, y se sustenta, en la actividad reguladora e impositiva del Estado. Lo que queda menos claro es que, tras su mendacidad, esta falsa proposición rinde provechos políticos continuamente.


En el estudio que sobre Acción Española hizo González Cuevas se documenta la irrupción de los sectores terratenientes, aristocráticos e industriales en la política en el año 1931. Ocultos tras las bambalinas del poder político, conformes y satisfechos con las decisiones de sus mandatarios, acudieron tras la implantación de la República a la primera línea del enfrentamiento político chequera en mano, financiando generosamente partidos, iniciativas y asociaciones de carácter netamente conspirativo, golpista y antirrepublicano. Lo mejor y más encomiable de todo es que quien se ha tomado el trabajo de reflejar sistemáticamente todas esas cifras delatoras ha sido un significado intelectual de derechas, lo cual acrecienta la credibilidad de la información facilitada.


¿Qué quiere decir esto? Pues sencillamente que quienes dicen tener fe en la espontaneidad social, imponiendo al Estado adherirse a la fisonomía real de la comunidad, son los primeros que saben que el rumbo de la sociedad política depende de las acciones concretas y terrenales de los hombres, de la correlación de fuerzas vigente en un momento dado, lo cual exige vigilancia, actividad y, sobre todo, movilización.


El mito de la espontaneidad social, por tanto, no es sino un producto para consumo de los sectores dominados. En primer lugar, constituye un velo destinado a mantener en el anonimato, garantizando su irresponsabilidad, a los hombres que, sin consentimiento popular explícito, toman decisiones gravosas para la vida de muchos individuos. Y en segundo lugar, conforma un subterfugio desmovilizador encaminado a garantizar la preponderancia del sector dominante recomendando a los dominados que, en lugar de vincular sus esperanzas a su energía colectiva, se encomienden a la providencia para la resolución de la injusticia.

domingo, 9 de noviembre de 2008

¿Qué han hecho con Radio 3?

Creo que fue en el año 1996 cuando descubrí -o, más bien, me descubrieron- Radio 3. Fue un compañero de piso ejemplar, con quien conviví más de la mitad de mi carrera, quien me aficionó a frecuentar una estación radiofónica donde encontré variedad, cosmopolitismo, ética e independencia. Hasta aquel momento, poco dado a escuchar música, mi relación con la radio se basaba en la irritante audición de tertulias, de las que aún recuerdo algunas perlas como aquella de Onda Cero en que Rafael Vera anunció que en "pocos días sabremos a qué dedica el director de El Mundo su tiempo libre". Podréis imaginar que en menos de una semana ya estaba en circulación el famoso video que, en lugar de a la pretendida víctima, hundió en el desprestigio a sus cutres autores.

Pero regresemos a lo que interesa. Recuerdo que los dos o tres programas que comenzaron a entusiasmarme fueron, por encima de los restantes, Siglo XXI de Tomás Fernando Flores, y después, Diario Pop de Jesús Ordovás y Los elefantes sueñan con la música. De 10 a 12 de la mañana -horario de Siglo XXI-, mientras ejercía de becario de información al estudiante, escuchaba junto a mis colegas todo "lo último de lo próximo" de la música más vanguardista y atrevida. Conocí así, por ejemplo, a Pizzicato Five, que los escuché después en un concierto muy divertido en Benicassim, y presencié la ascensión, impulsada por el programa, de Kultura Pro-base, grupo andaluz cuyo bajista era la pareja de mi compañera en la Oficina de Información.

Mi vínculo con Radio 3 fue estrechándose, sobre todo en los dos años y pico en que renuncié a vivir con el soniquete de la televisión. En Área Reservada (de 14 a 15) conocí el new jazz y a compositores de la talla de Bill Evans. Cuando madrugaba, en lugar de exasperarme con los tertulianos de la Ser o de Onda Cero, disfrutaba de Música es Tres (de 8 a 10), programa dinámico, variado y de música pop internacional selecta, que me dio a conocer, por ejemplo, a los Coldplay. La tarde era ya más aburrida y -pienso ahora- presagiaba lo que estaba por venir: la sintonía de La ciudad invisible, incomparable a la que abría el Diario Pop una hora antes (solía ser Un buen día de Los Planetas), ya me avisaba de la tromba de entrevistas insustanciales que me aguardaba y, cómo no, me invitaba a apagar el transmisor. La llegada de la noche, después de cenar, era del todo diferente: los días en que Cifu venía de Radio Clásica con su Jazz porque sí o los que aguantaba hasta la una para escuchar Los elefantes se creaba en mi apartamento, con el piano de Thelonius Monk o con la voz de Chico Buarque, una dulce y envolvente atmósfera que me permitía deleitarme con una lectura, una charla o una buena copa. Y los fines de semana, la sobremesa con Músicas posibles -hoy desplazado a los domingos de 23 a 24h- era todo un bálsamo para el ánimo, con voces como la de Till Brönner.

Nada de esto, al parecer, sigue siendo así. Decididamente, voy a comenzar a considerarme un conservador, porque no comprendo las razones que llevan a modificar de arriba a abajo algo que funciona de maravilla. Desde el reciente cambio de programas y horarios llevado a cabo por la nueva directora de Radio 3, no hay vez que encienda el aparato y no escuche una entrevista o un gag preparado por los locutores. Hay que esperar y esperar para que te pongan un tema musical entero. La función que antes realizaba para mí esta radio pública, a saber: hacerme disfrutar e ilustrarme en uno de los terrenos que más desconozco, y que acaso sea el más brutalmente colonizado por la industria cultural, esa función, digo, ha dejado casi por completo de cumplirla (Siglo XXI sigue funcionando de 13 a 14h). La cuestión es si estos cambios a peor forman parte de un plan premeditado que llene de descrédito a Radio 3 para preparar así su futura privatización o su simple y llana supresión.

Sería solo un ejemplo más de cómo un espacio social políticamente muy determinado no cesa de ser trabado y neutralizado desde el poder.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Mis deseos para Izquierda Unida

El capitalismo está atravesando en la actualidad un momento de gran flaqueza y potencial descrédito. En teoría, por tanto, habría de ser una coyuntura extremadamente favorable para aquellos sectores, partidos y organizaciones que se colocan en oposición neta a éste, o que al menos manifiestan una crítica severa enmarcada en los parámetros estrictos del Welfare State de base democrática. En vista de lo ocurrido con Walter Veltroni, que ha cedido la alcaldía romana a un fascista, con el reciente giro ‘centrista’ del SPD, recibido con una disparada ventaja de la CDU en los sondeos, o con la derrota irremediable de Royal frente a Sarkozy y la próxima y creo que aún probable caída de Brown, parece ser que a favor de estas posiciones jugaría además el declive de la cínica, burguesa y desmovilizada Tercera Vía, la cual, o bien continúa fomentando la abstención y la teoría del mal menor, o bien se apercibe de que imprimir un rumbo de izquierdas en la sociedad exige aliarse con fuerzas críticas con el capitalismo. Sólo la memoria colectiva reciente, que asocia la transformación social con el desorden, el sacrificio, la incomodidad y, en última instancia, el autoritarismo y la represión, juega en contra de estos colectivos. Pero esta circunstancia sólo frenaría a las corrientes comunistas y anarquistas, mas no aquellas otras defensoras de un Estado pluralista y socialmente protector.


Pues bien, mientras las fuerzas a la izquierda de la socialdemocracia en Europa, como Die Linke, cuentan en la actualidad con expectativas electorales razonablemente buenas, Izquierda Unida se hunde sin algún pronóstico de recuperación, entretenida como está, en esta coyuntura tan estratégica, en ‘depurarse’ internamente. A mi entender, el único remedio estriba en la separación final entre los comunistas ortodoxos y los izquierdistas que no son (somos) alérgicos al pluralismo y las libertades individuales clásicas. Si observamos bien, ambas tendencias son incompatibles entre sí, pues la primera se basa en una ‘organización burocrática’ (Castoriadis), estructurada en torno a un dogma y dividida entre un sector dirigente y otro militante, y la segunda se organiza según patrones algo más liberales, de consensos mínimos, debates horizontales y apertura, descargada de dogmas prefijados, a la complejidad contemporánea.


Creo que la irrupción de una nueva fuerza política desligada de cierto comunismo trasnochado e intelectualmente insolvente y, por otro lado, crítica con el capitalismo y con la dirigencia acomodaticia, y también privilegiada, de la socialdemocracia, sería capaz de aglutinar en torno suyo a buena cantidad de descontentos errabundos, entre los cuales, he de confesarlo, me encuentro. La pena es, por tanto, que muchos militantes valiosos de la coalición insistan en hallar una fórmula de convivencia para salvarla en lugar de, con valentía, arrojarse a la tarea de fundar una nueva formación.

jueves, 16 de octubre de 2008

¿Por qué continua cayendo la bolsa?

Vivimos rodeados de ficciones y de mitos. Frente a la imposibilidad de conciliar el ritmo frenético de la producción y la competencia con el sosiego imprescindible para examinar y comprender lo complejo, han cobrado auge y práctica exclusividad las explicaciones monocausales, unilaterales, sencillas, aparentemente transparentes. Una transparencia, en efecto, que no hace sino ocultar alevosamente lo complejo, o incluso lo arbitrario, lo desprovisto de racionalidad y sentido porque su sustancia responde a parámetros esquizofrénicos.

Eso acontece con la bolsa, dechado de racionalidad instrumental pura para el fundador de la manida ética de la responsabilidad (Weber), espejo fiel, para mí, de los rasgos más prominentes del capitalismo virtual que ha dado la espalda al hombre. Causa hilaridad leer las explicaciones sencillas de los vaivenes de la bolsa: responde a la subida del petróleo, reacciona ante la bajada de los tipos, sube por estímulo de las últimas decisiones gubernamentales, se congela a causa de los últimos datos del IPC... De este modo se racionaliza lo que en realidad se produce por multitud de decisiones individuales, inspiradas por factores diversos, y movidas, no por ningún principio racional de ahorro y producción, sino por el destructivo axioma de maximizar el beneficio aun a costa de la estabilidad económica de países, empresas y ahorradores. Todas esas explicaciones a posteriori no hacen sino recubrir con un manto legitimador lo que en realidad se asemeja a, o más bien se identifica con, un salón de apuestas.

Lo curioso es que son tan torpes que ni siquiera se toman la molestia de enlazar las premisas de su propaganda. Por un lado, insisten mucho en la idea del capitalismo popular, en la supuesta participación casi universal de los ciudadanos en los beneficios arrojados por el mercado de valores. Nada importa que noticias empíricas demuestren que más de dos tercios del Ibex-35 está en manos de veinte familias españolas bien conocidas. Por otro lado, parece que la crisis actual se caracteriza por una sequía sin precedentes, que afecta no sólo a entidades financieras, sino también a particulares y empresas. ¿No será entonces que la bolsa continua bajando porque, aunque hayan caído las acciones, hay mucha gente que está necesitando convertirlas en dinero contante y sonante para afrontar sus deudas? O es que entonces era mentira que muchos ciudadanos de a pie invertían ahí sus ahorros, de los que, claro es, habrá que echar mano cuando se les necesite, que para eso están.

martes, 14 de octubre de 2008

José María Lassalle

Vaya por delante que quien da título a estas líneas me merece todo el respeto como intelectual y político conservador, a diferencia de lo que me suscitan los tipos incendiarios y endebles que han proliferado por la multitud de medios derechistas activos en nuestro país. Ha sido uno de los que con más tesón han aupado a Rajoy hasta el podio de la democracia cristiana española, desplazando la voracidad neoliberal de la señora Aguirre.

Le menciono hoy aquí porque acabo de leer un artículo suyo en El País (¿por qué no escribe ya en ABC?) en el cual pueden encontrarse algunos de los subterfugios argumentales del liberalismo conservador. Enumerémoslos:

La edad de las ideas. Para Lassalle, y para todos los conservadores, las doctrinas socialistas son inservibles porque son cosas del pasado, 'superadas por la historia'. Que la validez de una teoría política esté ligada a su presunta actualidad no implica el hecho de que, desde Santo Tomás hasta Adam Smith, desde las doctrinas que ampararon la inquisición hasta aquellas otras que ampararon la explotación más bárbara, puedan continuar vigentes, de modo expreso, en su discurso. El paso irrevocable de la historia sólo tiene efectos anulatorios en el caso del socialismo.

La persistente bipolaridad. Porque para Lassalle, y para los conservadores, la izquierda tiende aún a retrotraerse a fechas anteriores a 1989, persistiendo, por tanto, el dilema entre el comunismo y la libertad. Son así ellos los que, interesadamente, mantienen vivo el tan rentable fantasma del comunismo opresor para instituirse en baluartes eternos de la libertad. Dejan con ello de tener en cuenta que quienes criticamos severamente la irracionalidad capitalista no lo hacemos para sostener un sistema opresor, sino sencillamente para defender un Estado del bienestar caracterizado por una protección sólida y universal de los derechos sociales e individuales.

La gran mentira. Porque para Lassalle el liberalismo capitalista es del todo irrenunciable debido precisamente a que ha posibilitado el mayor grado de riqueza existente en la humanidad y, por consiguiente, el más óptimo reparto de recursos y beneficios jamás operado en las sociedades. La historia reciente se caracterizaría por la 'lucha del comunismo y el fascismo frente a la democracia liberal', y la final, y cuasi providencial, victoria de esta última, primero frente a los fascistas, y después ante el comunismo. El relato puede ser, por el contrario, otro bien distinto: el liberalismo patriarcal, racista y de democracia oligárquica fue creando bolsas de marginación, pobreza y exclusión formidables que, precisamente gracias a doctrinas humanizadoras como el socialismo, fueron organizándose para combatir las causas de su exclusión. Cuando el combate llegó hasta el punto de tomar las instituciones estatales por medio de la democracia, muchos de los adalides del demo-liberalismo no tuvieron mayor problema en metamorfosearse en fascistas, irracionalistas y demás reaccionarios. Se les venció, en efecto, y se tomó nota de los desmanes cometidos, elevando en la segunda posguerra hasta un ámbito intangible los derechos individuales y sociales, precisamente por inspiración del movimiento socialista. Hoy, que se olvida este relato, y que no existe un polo geoestratégico que lo defienda por la fuerza, retornamos de nuevo a la barbarie del liberalismo capitalista.

Provincianismo. Pero es que lo peor del discurso liberal, desde Smith hasta Lassalle, es su ombliguismo provinciano, su paletismo nacionalista. ¿Es que acaso el capitalismo lleva dos siglos funcionando sin producir miseria en derredor? ¿Es que nada significa el colonialismo? ¿Es que seguiremos pretendiendo pensar universalmente teniendo en cuenta solamente las realidades de nuestro patio particular occidental?

Menos mal que es un tipo sincero y advierte preocupado que las críticas pueden hacer que se desvanezca 'el relato' legitimador del capitalismo financiero. De eso se trata, estimado Lassalle, de despertar del sueño, como invitaba hace poco Zizek también en El País.

lunes, 13 de octubre de 2008

Perplejidades ante la crisis

Si toda la crisis que atravesamos se debe a la falta de liquidez, ¿cuál está siendo la causa de esta falta? ¿Los créditos no están siendo devueltos, los bancos han prestado más de lo que tenían disponible o ambas cosas a la vez? Si está ocurriendo lo primero, ¿no será entonces más inteligente activar medios que aseguren a los particulares, sean empresas o familias, el pago de sus créditos que dar dinero barato a los bancos para que continúen prestando? En muy pocas ocasiones estoy teniendo oportunidad de leer alguna noticia sobre embargos masivos o quiebras numerosas de pequeñas y medianas empresas, pero si de eso se trata finánciese entonces la actividad económica material y no a las entidades financieras, que mantendrían intactos sus derechos como acreedores, quedarían impunes por llevar a cabo una política crediticia irresponsable y, por si fuera poco, contarían con más madera para seguirla quemando del mismo modo.

Porque, ¿cuánto líquido hace falta para sanear a las entidades bancarias y financieras? Desde el verano en que estalló la crisis los bancos centrales, y ahora los gobiernos a través de los tesoros públicos, no han cesado de 'inyectar' líquido en el sistema financiero. Alguien sabe cómo y cuándo se devuelve ese dinero. Si ya no existe el patrón oro, ni referencia material alguna que limite la emisión de moneda, ¿qué cuesta inyectar dinero sin cobrarlo después, con el descarado fin de lubricar la máquina para que siga funcionando?

Pero si, en efecto, todo este dinero cedido a los bancos ha de ser devuelto, y tiene como finalidad garantizar la posibilidad de seguir ofreciendo créditos, ¿no nos estamos entonces condenando de por vida a vivir de lo que no tenemos, a producir sin haber saldado nuestras cuentas? Tomando ese camino entonces no se está haciendo más que engordar el problema y sentar las bases para un colapso de más envergadura aún.

La cuestión no está en garantizar concesiones de créditos baratos para que las 'familias y las empresas sigan financiándose' y la economía continue creciendo. El problema radica en garantizar el pago de los préstamos para que, una vez amortizadas las deudas, puedan funcionar con mayor holgura tanto familias como empresas. Y eso sólo se consigue invirtiendo en economía material y tangible, por ejemplo, gastándose todo ese porrón de millones que va a ir a parar a los bancos en un plan formidable de infraestructuras públicas que garantice la actividad empresarial y el empleo. Sólo la economía real puede estar en la base de un crecimiento sólido; la economía especulativa demuestra una y otra vez que las rentas del capital en particular, y la lógica del crecimiento contínuo en general, tienen una dimensión estrictamente esquizofrénica y absurda.

PS1. El capitalismo es inmoral porque lo que propugna no es universalizable; antes bien, el intento de universalizar el consumo desenfrenado es un factor potentísmo de descomposición social.

PS2. Benigno Pendás, conservador asiduo en ABC, precisa hoy: Liberalismo no significa abstención del poder político. Consiste en la separación entre Estado y sociedad, de modo que aquél no quiere ni puede interferir en el orden social, concebido como un orden natural. No sabe este señor que precisamente la aporía -diría que la miseria- del liberalismo reside precisamente ahí, en no percatarse interesadamente del hecho de que la intervención (artificial) del Estado impide entonces hablar de orden natural y espontáneo. Y es que para el nacimiento, apogeo y sostenimiento del capitalismo ha hecho falta mucha regulación y coacción por parte del poder público.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Funny Games, de Michael Haneke

Nació este blog con la intención de hacer crítica cultural en todas las esferas, mas la evidente inclinación de su autor le ha hecho tomar con excesiva frecuencia los derroteros de la política, descuidando notablemente los contenidos más estrictamente culturales. Para compensar, siquiera mínimamente, este desequilibrio, querría transmitiros mi impresión del remake de Funny Games.

Precisamente el hecho de que Haneke rodase el mismo film, escena por escena, con actores norteamericanos, sólo varios años después del estreno del original (¿francés o austriaco?), me hizo pensar que quizá me estaba perdiendo una joya apartada injustamente de la circulación por las distribuidoras convencionales. Recordé el caso de la excelente Ciudad de Dios, que primeramente pasó casi desapercibida para volver a estrenarse tras los galardones recibidos en los Oscar de 2003.

No era este el caso, desde luego. Película pretenciosa y unidimensional, Funny Games se plantea el reto de mostrar el mal absoluto a través de la arbitraria crueldad de dos niñatos aristócratas de rostro aparentemente angelical. Dejando de lado la coherencia argumental (qué importa eso para un posmoderno, ¿verdad?), Haneke nos narra una historia repugnante y previsible, cuya finalidad última termina haciendo de la película una réplica en negativo de aquello que pretende contrarrestar o abolir.

Me explico: Funny Games habla desde un comienzo al espectador primario, irreflexivo y sentimental que todos llevamos dentro, justo aquel que toman como interlocutor único las pelis prefabricadas y elementales de la factoría hollywoodiense. Pretende conmoverlo, sacarlo a la luz y confrontarlo con su negación. Si en una ‘americanada’ (perdón) tenemos desde el inicio la seguridad de que los buenos terminarán venciendo, de que el bien es inexorable y acabará imponiéndose, en este bodrio tenemos desde el comienzo la certeza de que el mal es inevitable y primará sobre cualquier sentimentalismo. Mientras Van Dame aniquilará a los villanos, los asesinos gratuitos de Funny Games despedazarán fatalmente a sus inocentes víctimas.

La estructura bipolar criticada, aquella que opone a buenos y malos, se invierte, pero permanece, después de todo, intacta. La salida de la caverna, la superación de nuestros reflejos culturales rudimentarios, tan alimentados por la industria cultural, son aquí pretendidos con la altivez propia del esnobismo, que desea situarse en una órbita ajena por completo a la de los bajos instintos, las reacciones inmediatas y el deseo infantil de que ganen los buenos. El resultado, como puede imaginarse, no es sino, por un lado, la autosatisfacción del intelectual por sentirse ‘diferente’, superior y de más exquisita y estilizada sensibilidad, y por otro, la confirmación de los esquemas simplistas y unívocos de la sensibilidad tosca del populacho, justo aquello que, solo en apariencia, se pretendía socavar.

Si alguien quiere adentrarse en el mal absoluto, con todas sus contrariedades, le recomiendo mejor al siniestro Brando de Apocalyspe Now. Si alguien desea contemplar la irreversibilidad de lo malo y lo injusto, que vea la perturbadora Tropa de Élite, sobre cuya pista me puso, y aquí lo agradezco, el amigo Crates de Tebas.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

El activismo conservador

Bien patente es que la estrategia de la derecha pasa hoy día por fabricar clichés, construir oposiciones simples, acuñar dogmas fácilmente comprensibles. Da exactamente igual que no resistan el menor análisis crítico, pues han aprendido bien que en la esfera mediática no puede sobrevivir el razonamiento complejo; es, más bien, el ecosistema del simplismo y la bipolaridad.


En relación a la crisis económica que estamos atravesando, la consigna propagada por doquier intenta transmitir la inactividad del gobierno, su debilidad y pasividad frente a la urgencia de los hechos. De los comentarios y artículos de sus principales representantes, entre los cuales, a quien más frecuento, es al conservador sobrevenido Ignacio Camacho, se deduce que desean una acción gubernamental enérgica y resuelta para hacer frente a los vaivenes de la especulación financiera.


Es de veras paradójico contemplar a todos los liberales al unísono reclamar la irrupción de la autoridad política en la esfera económica. Basta, en cambio, con acudir al contenido de las propuestas que habría de promover esa política directiva que anhelan para que, de un plumazo, se desvanezca la paradoja. Invocan al Estado para que continúe autosacrificándose, apelan a la obligatoriedad de las normas jurídicas para que el derecho siga retirándose de las relaciones de producción.


Vuelven, en fin, a mostrar, más que agudeza política, su perfecta aclimatación al medio socio-político actual, que le es por completo favorable. Por un lado, eclipsan cualquier mención a las causas de la problemática económica, lo cual requeriría poner en entredicho las reglas del capitalismo especulativo, irresponsable y depredador que ellos mismos fomentaron sin cesar. Por otro, desgastan al gobierno haciéndole aparecer, muchas veces con razón, ajeno a -y hasta culpable de- la nefasta situación. Y por último, transmiten a la opinión pública una gran mentira: que el Estado puede corregir a voluntad el desastre económico, escondiendo así las restricciones sustantivas de la soberanía estatal en el ámbito económico.

martes, 16 de septiembre de 2008

¿Desaparecerá Público?

Hace unos días, para hacer algo más entretenido el trayecto en AVE hasta Madrid, compré el diario Público, al que vengo accediendo últimamente por vía electrónica. Me encontré con un periódico algo desfasado, vistas las lagunas que dejaba en temas candentes tratados con puntualidad por El País o ABC. Hallé, sobre todo, un diario desprovisto de publicidad, vacío de financiación, exceptuando algunas pequeñas ilustraciones de BMW y Telefónica. Tan desolador era el panorama, que los únicos anuncios a toda página publicitaban el propio diario, sus últimas promociones o su carácter urbano e independiente.


Ya me había llamado la atención que las cartas con respuesta de Rafael Reig, probablemente el comentarista y escritor más leído de Público, se quedasen sin colgar en la web del periódico durante varios días, obligando en cierto modo a adquirirlo en papel para poder leerle. La decisión de sustraer al internauta contenidos atractivos no me parecía, desde luego, muy estratégica, pues pone también en riesgo la publicidad, más o menos igual de menguada, con que cuentan en la red. De cualquier manera, lo interpreté como un indicio de cierta desesperación, y temo estar en lo cierto.


Amigos y compañeros excesivamente monocolores se muestran indignados por su inclinación socialista. Ha calado en ellos el reduccionismo difundido por la derecha, que convierte el rotativo de Jaume Roures en un órgano de propaganda zapaterista. No deja de ser cierto, en efecto, que desde la campaña electoral hasta el día de hoy su actitud más visible, comenzando por las opiniones del insulso director, se ha caracterizado por la persecución simplista del conservadurismo, la condescendencia excesiva con el gobierno y la superficialidad en política internacional. Bien harían si tomasen nota de las razones que hacen de Reig la firma más leída, en lugar de escamotearle sus párrafos al lector. Sin embargo, llevar esta crítica hasta una posición extrema, en una muestra de repulsión hacia cualquier tendencia política que no sea la propia, conduce a despreciar el hecho de que en Público encuentran espacio desde Belén Gopegui a Pascual Serrano, de Amador Fdez. Savater a Rafael Escudero, de Fernández Liria a Santiago Alba.

Si no tomamos nota de esto, volveremos a la aciaga tradición suicida de la izquierda, siempre generosa cuando se trata de desangrarse. Mientras leía con desazón las páginas del único diario progresista en España, escuchaba interrumpidamente a algunos ejecutivos comentar a mi lado: ‘Yo estos años invertí casi todo en bolsa, aunque adquirí algunas parcelas’, ‘si necesita setenta mil, confírmale que mañana podrá disponer de ellos’… Frente a ellos yacían abiertos El Mundo y Marca.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Democracia y capitalismo (II)

(Ya ven, dice uno mañana y regresa a las tres semanas. De comentarios y sugerencias a mi anterior apunte ha venido un estado, que podríamos llamar de 'crisis', en relación a este humilde portal. La deferencia hacia el lector exige, en efecto, la brevedad como divisa principal. Y a eso me voy a obligar)

Soberanía nacional y soberanía popular. La democracia, en su aspecto institucional, necesita ineludiblemente una base social que actúe como poder decisorio de carácter originario. En casos como el de Bolivia, parece que existe tal diferenciación interna que bien podría justificarse la creación de otra unidad política territorial de carácter democrático, si no fuese por el hecho de que el factor aglutinante de esas comunidades diferenciadas es estrictamente económico, no político. La pulsión secesionista se torna entonces en otra faceta más de la aporía de la democracia capitalista, a saber: quien detenta el poder social consiente la decisión amparada en el sufragio en tanto que no dañe sus privilegios adquiridos, pues, en caso contrario, la presunta democracia deviene dictadura. Como es bien sabido, que este síntoma se encuentre allí localizado en departamentos concretos no obedece sino al emplazamiento concentrado de los recursos naturales a explotar. Por tanto, no puede ni empezar a invocarse la soberanía popular de determinadas comunidades, enfretándola a la soberanía nacional boliviana, porque tal principio pertenece a la esfera de la política, no de la economía.

Esferas política y económica. Dice Jürgen Habermas con razón que el conservadurismo bloquea eficazmente el discurso transformador oponiéndole la complejidad social. Nada es modificable por entero, porque las cosas sociales tienen su propia inercia, a veces casi inamovible. En concreto, el conservadurismo apela a la complejidad como un modo de afirmar la inviabilidad de transformar la economía mediante decisiones políticas, porque ambas esferas cuentan con sus propias e intransferibles reglas. Esconden, en consecuencia, la determinación brutal del campo político por parte de las decisiones económicas. Convirtiendo la complejidad en dogma elemental,y promoviendo, más que el quietismo, la actividad desaforada y socavadora de quienes dominan, esconden lo que habría de ser la conclusión de su réplica a la izquierda: que como las cosas sociales son complejas, los planes de transformación deben ser meditados y complejos igualmente.

Y sobre todo quieren inmunizarse frente a la segunda consecuencia racional de su argumentación: del mismo modo que a veces no es realista, ni sensato, ni prudente modificar la economía desde la política, porque la inmanencia de aquélla es poderosa, tampoco otras es realista, ni sensato, ni prudente querer a toda costa un modelo económico frente a una inercia poderosa e incontenible de la política, cuya detención requiere el uso desmedido de la coacción y la violencia.

El liberalismo conservador, en cambio, ha elegido siempre para casos como éste esta última vía antipolítica, autoritaria, iliberal y contraria a los derechos individuales, mostrando con ello cuán poco se cree sus propios principios. Por eso, antes de que se adelanten, y aprovechando las circunstancias actuales, mal no vendría que se empleara de una vez contra los golpistas y los oligarcas rebeldes de Bolivia toda la coacción institucionalizada que legítimamente está a disposición del Estado.

viernes, 15 de agosto de 2008

Democracia y capitalismo (I)

El exceso de información y de actualidad nos condena a la ignorancia y el olvido. En estas últimas semanas, se han sucedido vertiginosamente varias noticias relacionadas con los sistemas políticos latinoamericanos de cariz socialista. Alguna de ellas ya ha sido enterrada por el aluvión periodístico ulterior: ¿alguien sabe, por ejemplo, qué tal van las negociaciones para la compra por parte del Estado de la filial del Santander en Venezuela? Alguna cosa pensé escribir al respecto, básicamente que no comprendía tanto aspaviento ante una operación remunerada -no ante una expropiación- que, caso de gestionarse con acierto, podía demostrar algo tan sencillo como acuciante para la ética colectiva: la posibilidad de colocar la producción económica y el tráfico mercantil en función de una mejora universal de las condiciones de existencia.

Si me animo a comentaros algo de un asunto colindante es tanto porque temo que se disuelva en el torrente informativo como porque creo sinceramente que en él se concentra toda la problemática que se cierne sobre los sistemas democráticos de mercado libre. Me refiero, cómo no, al caso de Bolivia y a los resultados de su reciente referéndum revocatorio. Concentrémonos en los aspectos sociopolíticos que este suceso pone de relieve y dejemos de lado la ignominiosa campaña de algunos medios, especialmente de El País -en este aspecto indistinguible de El Mundo o ABC-, exultante cuando los resultados en el departamento de Santa Cruz arrojaban una derrota estrepitosa de Evo (80% vs. 20%) y aséptico y lacónico cuando, hoy, con el 96% de los votos escrutados, la proporción se ha equilibrado (60% vs. 40%).

Unidad y división. Todos los medios conservadores, aun los disfrazados de progresistas, reprochan al presidente boliviano que provoque la división social con sus medidas económicas y culturales. La forma, constantemente publicitada, que adopta dicha división es la desobediencia activa de capas multitudinarias y confortablemente adaptadas al estado de cosas anterior. Estos sectores tachan a las nuevas directrices gubernamentales de dictatoriales porque las viven como una imposición heterónoma que socava las bases de su existencia privilegiada o segura. La cuestión que hemos de plantearnos es si tal división viene provocada por las medidas socializadoras o si, más bien, las precede, aunque su existencia no tuviese la forma de una arisca reluctancia pregonada a los cuatro vientos. ¿Nadie recuerda ahora las revueltas campesinas bolivianas de los años noventa contra la privatización de los recursos naturales? ¿Por qué aquellas medidas económicas no eran divisivas, sino objetivamente indispensables para la modernización del país, mientras que sí lo son, en cambio, las actuales propuestas nacionalizadoras ampliamente respaldadas? En lógica sincera y desapasionada, habríamos de convenir que la división (de clases y razas) preexiste al actual gobierno y fue creada y fomentada activamente, represión y opresión mediante, por los anteriores dirigentes liberales; sin embargo, en su forma actual, la minoría socialmente poderosa ha dejado de monopolizar los medios de control político, si bien continúa teniendo los instrumentos necesarios para oponerse al Estado con tanta o más fuerza de la que éste dispone, de ahí el mayor impacto aparente de la fractura actual. Parece entonces que la estructura del capitalismo, donde anida siempre el huevo de la división (económica), resulta incompatible con la democracia, que requiere para ser eficaz una relativa homogeneidad en el poder social ostentado por cada uno de los miembros y grupos de que se compone la comunidad. Por tanto, para evitar estos callejones sin salida, o bien se restringe severamente la posibilidad del privilegio económico, lo cual implica una ordenada y masiva intervención pública en la producción y la distribución de los bienes, o bien se cercena la democracia sustrayéndole su principio rector de las mayorías y reduciéndola a un sistema donde participen solo los grupos sociales predominantes (o donde la participación de los grupos sociales dominados sea coherente con las pautas de los dominantes), o bien se concluye que la forma de gobierno más ajustada a la producción capitalista es la dictatorial.
.
Pluralidad y mediación. Al diagnóstico de que todos los males se coagulan en la división producida por las medidas socializadoras sigue, casi de modo matemático, la propuesta de buscar vías de mediación y composición entre los grupos enfrentados. Nada habría que reprochar a este consejo si tras él no latiese el propósito, a veces transparente, de que la solución está en el desestimiento, en la 'sensata' y 'realista' comprobación por parte del socialismo de que la estructura económica es inmodificable mediante el uso de la autoridad política. Es decir, tras ese consejo no existe sino una invitación a no perturbar la situación de la minoría económicamente poderosa, en lugar de la más pertinente recomendación a ésta de que, siendo la situación privilegiada en la que vive una distorsión forzada del equilibrio social, debe avenirse a modificarla sustancialmente. Véase que la cadena de razonamiento conservadora y antidemocrática -secundada, como digo, por gran parte de la 'progresía' española- es del todo coherente: la unidad social ha sido alterada por medidas que no se ajustan a la estructura interna de la comunidad -menos mal que esa estructura interna no es de carácter espiritual y nacional-, por tanto, para recobrar la paz social se exige una vuelta al redil de Evo y sus secuaces, que comprendan los límites inquebrantables y las fronteras intraspasables de la actividad política. La cadena de razonamiento democrática ha de ser justo la inversa: la estructura social nunca es unitaria, sino plural; se caracteriza por la lucha agónica por el poder político con el empleo de medios discursivos; su conquista y su ejercicio no pueden consistir en la eliminación física o la neutralización social del oponente, quien ha de disponer de recursos a su alcance para hacer valer sus convicciones; por tanto, el estado de la minoría se caracteriza por la garantía y el respeto de sus derechos básicos (vida, propiedad, opinión, pensamiento, movimiento, domicilio...), no de sus privilegios (propiedad de medios de producción), y por la posibilidad de participar en el proceso de toma de decisiones políticas con la fundada esperanza de ser capaz algún día de ejercer el poder. La crítica que debe formularse entonces desde esta perspectiva, más que a Evo, quien no cesa de hacer llamamientos a la concordia y la lealtad, es a la minoría disconforme, siempre presta a colocarse fuera de la jurisdicción estatal y de los mecanismos de composición democrática, como demuestra su ausencia (también en Venezuela) de las Cámaras representativas cuando los resultados electorales no les favorece.
.
Ahora he de marcharme. Dejo para mañana los dos extremos que aún me parecen de interés: el que opone soberanía nacional y soberanía popular y el que contrasta las esferas de la economía y la política.

lunes, 11 de agosto de 2008

Apuntes madrileños (IV)

...y posmodernos a secas

Ya que os mencionaba antes a un posmoderno reaccionario, o, más bien, a un reaccionario disfrazado de posmoderno, me viene a la mente un posmoderno a secas con el que también me he topado en estos días, a quien ya conocía por algunos artículos y por quien profesaba, algo apresuradamente, cierta admiración: Enrique Vila-Matas.
Como vi el otro día a buen precio su Bartleby y compañía en las ediciones rústicas de Anagrama (las de bolsillo de esta casa no están nada mal, pero este título en concreto aparece en otra serie de discutible calidad, en la que se publicó también La conquista del aire de la Gopegui), pues sumé el citado título al de Doctor Pasavento que mi amada madre me regalase hace un par de navidades. De Bartleby tenía muy buenas vibraciones, desde las meramente intuitivas provenientes de su título evocador del cuento de Melville hasta las procedentes de recomendaciones explícitas de Carlos Boyero y de alguna sugerencia furtiva de António Lobo Antunes.
No ha bastado, en cambio, con tener la mejor predisposición hacia el autor y su obra para que me pasase desapercibida la vacuidad posmoderna que atraviesa su relato. En resumen, y por expresarlo con rotundidad, lo que Vila-Matas ha creído descubrir en su texto es que el género del ensayo puede tener concomitancias literarias, algo que ya puso Borges de relieve con casi insuperable maestría. De lo que llevo leído, no he encontrado todavía ningún hallazgo literario, ninguna historia breve genial o hilarante, ninguna excelencia literaria.
Cierto es que la forma del mensaje ya forma parte del mensaje mismo, pero en ocasiones la preocupación desproporcionada por la forma coloca a ésta en el vacío, como una presencia vaporosa y perecedera. Colocar el enfoque creativo en lo periférico, en la fragmentación y en el nivel de las representaciones puede que al final degenere en una contestación estéril, volátil e insolvente a ese expansivo logos centralizador, unificador y revelador de la esencia de las cosas. En el caso que nos ocupa, presentar una obra como yuxtaposición de notas a pie de página sobre la vida y la producción de artistas sin obra muy poco sirve para dilucidar esta disposición anímica negativa ("preferiría no hacerlo", era el lema de Bartleby), en comparación con otras narraciones más ilustradas o racionalistas, como acontece con las peripecias de Mateo, protagonista de La edad de la razón de Sartre.
Por otra parte, nada hay de novedoso en la encriptación de relatos en el interior de un relato general, o, mejor dicho, en la composición de una narración mediante la suma de piezas individuales con sustantividad propia. Aunque sea un reflejo literario de la extrema diferenciación social característica de nuestra actualidad, ya en las grandes novelas del siglo XIX se empleaba este recurso, como patentiza, por ejemplo, la temible leyenda del Gran Inquisidor, integrada en el relato de Los Hermanos Karamazov. La diferencia radica en que mientras Dostoyevski fragmentaba la razón para hacer frente a los dilemas que ésta planteaba -en torno a la religión, por continuar con el ejemplo-, en estas 'postnovelas' la dispersión ha dejado de tener cualquier centro gravitatorio para deslizarse con suma facilidad por la pendiente del diletantismo.
No está mal que así sea, en cuanto trasferencia sintomática de la experiencia social a la producción estética. Resulta comprensible, en efecto, que el proceso de diferenciación social encierre en cada una de sus esferas a las distintas tareas humanas y, en consecuencia, termine convirtiendo la literatura en metaliteratura, y la escritura en un proceso centrado en esclarecer el proceso de la escritura misma. Eso lleva enseñándolo el conservadurismo sistémico desde los años cincuenta (léase al intragable Talcot Parsons y al más sugestivo Niklas Luhmann).
La cuestión es que de ahí deriva justamente el valor de este tipo de creaciones literarias: el corroborar espiritualmente la tendencia de los tiempos sin preocuparse, pese a todas sus fugas ilusorias, por explorar vías de fuga reales, puntos de quiebra materiales, que conduzcan desde la fragmentación aparente y autorreferencial a la totalidad real. Y por si fuera poco, si algún lugar en la posmodernidad autoextrañada ha de reservársele a la literatura en cuanto forma, ese habría de ser, a mi juicio, el del ingenio, el de la metáfora impactante, el de la imagen plástica y evocadora, el de la genialidad a lo Wilde o a lo Proust. Nada de eso, sin embargo, he hallado por ahora en Vila-Matas.
Qué distintos me parecieron Los detectives salvajes, obra también metaliteraria y poliédrica, con protagonistas oblicuos, representados y sin vida propia, pero que ponían con insistencia el interrogante acerca de la autenticidad en el arte... y en la vida, la convivencia y la política. Qué diferente me está pareciendo ahora Paul Auster, ejemplo vivo de que la forma -precisa, correcta, fluyente- puede continuar estando al servicio de la narración de historias... posmodernas, urbanas y actuales.

Apuntes madrileños (III)

Reaccionarios y posmodernos...
Entre las muchas ocupaciones que Madrid permite para rellenar el ocio, destaca entre todas ellas la oferta cinematográfica, no circunscrita, como ocurre en provincias -verdad, querido anónimo-, a los últimos bodrios muy bien distribuidos procedentes de Hollywood. Desde que frecuento la capital, dos han sido las salas que me han permitido ver joyas clásicas o clásicos modernos velozmente descatalogados en la atmósfera encantadora de una sala de proyección: el Círculo de Bellas Artes y el Cine Doré (así es, la Filmoteca, iniciativa financiada por el Ministerio de Cultura limitada incomprensiblemente a Madrid).
El pasado sábado volví a visitar las instalaciones de la Filmoteca, en esta ocasión para ver una película integrada en ese oportuno ciclo permanente Por si aún no la has visto. Se titula Palíndromos y su director es Todd Solondz. Si no se me escapa ninguna, creo que he visto casi todas las producidas por este realizador judío supuestamente trasgresor: Wellcome to the Dollhouse, Happiness y Storytelling. Hasta ahora, todas ellas me habían transmitido la impresión de estar facturadas por un tipo que habla con toda crudeza de los aspectos más ocultos, por vergonzantes, del comportamiento y los deseos humanos. La niña gorda de la Casa de Muñecas, incapaz de obtener ninguno de sus retos personales por falta de voluntad; la familia burguesa perfecta de Happiness, interiormente podrida por la contención de los instintos; la descarnada realidad del inmigrante ruso, incapaz de escrúpulos morales porque en su caso lo que está en juego no es el amor sino lisa y llanamente la supervivencia; o la mordaz y certera crítica a Michael Moore en Contando historias, siempre me habían parecido argumentos y tópicos tratados con inteligencia y con la rara capacidad de provocar el estremecimiento, hacer tambalear las seguridades del progresismo irreflexivo y ponerte a cavilar, mediando además disfrute y admiración.
Otra sensación muy distinta me suscitó su última película, un manifiesto religioso antiabortista envuelto en los oropeles de la narración discontinua posmoderna. Cierto es que uno no tiene creada una opinión firme e inamovible en esto del aborto (me pregunto si acaso la tengo en algo en esta vida), y que la experiencia de la paternidad -tal y como presentía- me ha servido para corroborar empíricamente la impertinencia de magnificar -existencial o materialmente- el hecho de tener un hijo. Se daba además la circunstancia de que, antes y después de ver la peli de la que os hablo, estaba enfrascado con La edad de la razón de Sartre, quien colocó en el epicentro de toda la trama, como detonante de las coyunturas y las decisiones más radicales, precisamente un embarazo imprevisto y la posibilidad de un aborto. En fin, que al ser ya padre hasta iba pareciéndome de lo más burgués todo el discurso convencional del hijo como factor contrario a la independencia, la libertad, la autorrealización y demás retórica encubridora, en suma, no de una experiencia romántica, arriesgada y radical, sino más bien de un egoísmo pequeñoburgués y conservador que no tolera pasar sin caprichos, vivir con compromisos y entregarse enteramente a los otros.
Pues ni aun de ese modo, ni siquiera teóricamente predispuesto a sintonizar con una crítica a la progresía en este asunto del aborto, caló en mí dicha inclinación panfletaria y manipuladora que gastan los evangelizadores, y es que en la peli todo me olía a folletín sectario, desde el vaciado de órganos al que someten a la adolescente embarazada hasta las 'inocentes' canciones del grupo de freakes cristianos. Ahora bien, todo muy bien presentado, desorientando al espectador con la ¿audaz? estratagema de representar a la misma protagonista con varias actrices.
Qué mal ha envejecido cierto posmodernismo, sobre todo cuando trata de colocarnos en la premodernidad...

domingo, 3 de agosto de 2008

Apuntes madrileños (II)

Librerías

Aparte de reencontrar amigos y hartarme de trabajar, mis estancias en Madrid implican siempre visitas de varias librerías. Si escribo este post es tanto por el ánimo de compartir contigo algunos rincones en los que yo me deleito, como por la esperanza de si algún extraviado lector se acerca a estas líneas, me indique alguna otra librería digna de conocer.

Entre las librerías de nuevo, aparte de evitar dar pasta al señor Lara de Planeta comprándole en La Casa del Libro, frecuento La Central del Museo Reina Sofía. Además del privilegiado enclave (me parece extraordinaria la ampliación del Museo), lo destacable del lugar es el hallazgo de multitud de títulos en su lengua original, si bien algunos eurillos más caros que si fuesen comprados en el país de origen. También es posible encontrar alguna edición antigua desperdigada -así compré El compromiso racionalista de Bachelard, y acabo de adquirir estos días La Sagrada Familia de Marx y Engels- y ediciones latinoamericanas inencontrables en el sur -vi la versión del Fondo de Cultura de Seguridad, Territorio, Población y compré Lo normal y lo patológico de Canguilhem-.

También suelo visitar la librería Paradox, la de Marcial Pons y la recién descubierta librería Pasajes, cuyo nombre acaso rinda homenaje al gran Benjamin. En Paradox pueden encontrarse algunos títulos de casas minoritarias, en Marcial Pons me surto de libros jurídicos y en Pasajes, junto a todos los textos editados por Trotta, disponen de una buena selección de libros de texto y de lectura de lengua extranjera. Aprovechando tal oferta, compré ayer agunos textos para la preparación de quinto de alemán, a ver si consigue uno por fin el título superior en ese endiablado idioma.

Entre las librerías de viejo, aparte de los quioscos de Moyano, recomendables para comprar unos euros más baratos las novedades literarias de Anagrama y Tusquets, doy una vuelta cada vez que vengo por Dédalus. Aunque regentada por un señor colombiano bastante antipático -por mucha publicidad que de ella haga Sergio Pitol-, pueden encontrarse allí muchos textos traducidos en los años cuarenta y cincuenta por los exiliados españoles y editados por Losada y el Fondo de Cultura, además de libros de ciencias sociales publicados por Siglo XXI o Taurus que están ya fuera de catálogo
.

Solbes, el socialliberalismo y la mentalidad constitucional

Así contesta nuestro ministro de Economía a la cuestión de la pasividad gubernamental para prevenir la crisis:

En la construcción ¿cuál ha de ser la actuación del Estado? ¿Debemos dar sólo recomendaciones o ir más lejos? ¿Debemos prohibir que la gente construya? No parece razonable. ¿Debemos decir a los bancos que no den más dinero para financiar? Tampoco. Hemos dicho que iniciar 800.000 viviendas al año no nos parecía sostenible; que alargar las hipotecas a 40 años no era nada sensato, pero el Gobierno no puede prohibir ciertas cosas. En cuanto al déficit exterior, hace un año el problema era el contrario, había demasiada gente que venia a situar el dinero en España. Hasta la crisis financiera internacional no se percibió un problema en la financiación del déficit.

El Gobierno -el Estado- sí puede prohibir ciertas cosas cuando son perniciosas para la colectividad. Podría haber prohibido la venta masiva de inmuebles recién comprados impidiendo esas compras escalonadas que encarecían los pisos. Podría haber prohibido los virtuales derechos de adquisición que, bajo la excusa de financiar la construcción, obligaban al interesado en comprar una vivienda a abonar cantidades previas abusivas. Pero, sobre todo, podrían haber intentado que se cumpliese la legislación vigente en materia urbanística y en materia fiscal, evitando una construcción descontrolada y un formidable tráfico sumergido de dinero negro. Y, en fin, podrían además haber reformado la financiación municipal, saneando los ayuntamientos, para sustraerlos así de la tentación de las plusvalías desbordadas.

Lo peor de todo es que en esas aseveraciones brilla por su ausencia la mentalidad constitucional, cada vez más eclipsada por un pacato liberalismo desprovisto de imaginación, pues el caso es que para todas las propuestas anteriores, la Constitución vigente no sólo habilita y apodera, sino que también en cierto modo obliga al Gobierno a su adopción, y sino lo creen, lean a continuación:

Art. 47. Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación.
PS. Además, este señor falta a la verdad cuando dice "Siempre he pensado que era una burbuja". Yo mismo colgué en este blog una desafortunada declaración suya en la que afirmaba "No puede sostenerse que haya burbuja hasta que ésta no ha pinchado"

sábado, 2 de agosto de 2008

Apuntes madrileños (I)

¡No son lo mismo!

Es comprensible que, como estrategia de diferenciación y visibilidad, cualquier corporación política construya su identidad social en oposición a las corrientes colindantes. Cuando se trata de conquistar votos, se hace entonces habitual la búsqueda del exclusivismo, presentándose el interesado como única alternativa real frente a otras opciones que, en realidad, ofrecen lo mismo. Eso hizo González cuando tachó a Aznar y a Anguita de ser "la misma mierda"; eso hacen la derecha y algunos integristas de izquierda al meter a IU y al PSOE en el mismo saco, englobando a ambos en el izquierdismo radical español (en el caso de los conservadores) o acusando a IU de "haber perdido su perfil", de haberse descafeinado y confundido con la tibieza socialdemocráta (en el caso de los izquierdistas); y eso hacen, sobre todo, quienes conciben todavía la acción política en función exclusiva del derribo del capitalismo (¿¡cuándo se percatarán de que los partidos y los parlamentos son inhábiles para culminar ese cometido, inviable sin el concurso activo de la sociedad civil!?) y, al apercibirse de que ni el PSOE ni el PP lo llevan a cabo, califican a ambos de ser exactamente lo mismo, y de defender exactamente los mismos intereses.

Basta con conectarse a Telemadrid y contemplar la edición de noche del noticiario para darse cuenta de que, como en todo, existen grados, y en esa diferencia gradual residen al final distinciones sustantivas. El presentador (¿Tomás Cuesta?), con un rictus autoritario y filofascista en sus labios imperceptibles, se encarga de adoctrinar machaconamente, haciendo continuamente valoraciones -como si fuesen obvias y de sentido común- acerca de aquello que informa. Cierto es que eso ya lo practicaba la histérica de Eva Hache, pero aquí se practica con gravedad, mala leche y circunspección. Junto al presentador, la presidenta, omnipresente en las noticias, y que anteayer comparecía en un círculo (¿cuál? ¿a quiénes representa? ¿quiénes lo eligen?) de empresarios madrileños dando sus recetas contra la crisis: liberalización, bajada de impuestos a los empresarios, desregulación de las iniciativas empresariales, moderación salarial... "Medidas propias de una política liberal clásica", concluía la voz en off que había presentado el reportaje. "Alcohol al fuego, más mercado contra los males del mercado", concluyo yo.

Por un momento me retrotraí a los últimos años de Aznar, ceñudo y embigotado pasando revista a los militares, con Urdaci diciendo ce-ce-o-o, con Dragó (posterior presentador de las noticias de Telemadrid) entonando panegíricos a José Antonio Primo de Rivera, con Rajoy hablando de los "españoles de bien", empleando el lenguaje guerracivilista, con el Centro de Estudios Políticos premiando el revisionismo histórico... ¿Ahí debemos regresar para recordar? ¿Hasta dónde alzanza el grado de torpeza de nuestros actuales dirigentes, que con su equilibrismo allanan el terreno para tal regreso, como muestran los casos francés e italiano? Atiendan uds. a los últimos datos del CIS, y comprobarán que las medias tintas en laicismo, economía, inmigración, nacionalismo y otros asuntos delicados conducen inexorablemente a una infausta derechización de España.

miércoles, 30 de julio de 2008

Partidos y pronósticos

Hace unas semanas colgué un post compuesto de retales de noticias con el fin de sugeriros mi valoración de la actualidad política, al menos en su aspecto partidario. Ahí van las reflexiones prometidas.

Creo que la inserción del sujeto en la comunidad está cargada de consecuencias insoslayables. Una de ellas, no la menor, es la necesidad que el hombre tiene de sentirse partícipe, siquiera en una medida irrisoria, del destino colectivo. Cuando esta inclinación natural e íntima se ve cercenada comienza a brotar, como bien supo ver George Steiner, una nostalgia de tragedia, un anhelo secreto de grandes desastres y rupturas revolucionarias. Estaríamos, en efecto, ante una compensación psicológica del quietismo político, ya experimentada, por otra parte, en nuestra I Guerra Mundial y en las décadas posteriores a ésta.

Esta pulsión inesquivable del ser social intenta satisfacerse mediante cambios epidérminos traducidos en la alternancia de partidos en el gobierno. Las esperanzas de cambios reales son depositadas en los recién llegados hasta que, ya frustradas, se convierten en resignación ante el inmovilismo generalizado, aguardando su reactivación por reacción reflejo ante políticas de tonalidad contraria. Eso ocurre, y así nos entretenemos, tanto en el lado progresista como en el conservador del espectro político, dejando fuera a la cada vez más desengañada -y realista- base de la izquierda transformadora. Algo de eso dijo el neoliberal Popper: la democracia se limita a poder cesar al gobernante insatisfactorio.

En Estados Unidos ya estamos contemplando un fenómeno ligado a estas consideraciones. Parece que el espectáculo ha elevado a rango presidencial a Obama antes de que obtenga una ratificación colectiva, ratificación que, en consecuencia, está resultando brutalmente condicionada. No es que para mí sean lo mismo Bush u Obama; es sencillamente que me resulta agresiva, irreal, sobredimensionada y a-democrática la cobertura que este tipo está obteniendo en detrimento del actual -y deleznable- presidente y su sucesor.

Aquí la situación es parecida. El PP ha integrado en su discurso la mayor cantidad posible de votantes reaccionarios y, después, ha sabido desligarse de referencias ultramontanas para invocar el liberalismo gaditano, las políticas sociales (¿¡cuándo se aclarará que la política social puede ser caritativa, conservadora e inmovilista y emancipadora, progresista y basada en criterios de justicia!?), el civismo político y la pluralidad cultural de España. Mientras, el PSOE aparece ya como fuera de juego, con un Solbes que se cree que le pagamos para describir la crisis y no para afrontarla, con un Zapatero sin apoyos y derechizado (vid. sus vergonzantes opiniones sobre la directiva europea sobre el encerramiento de inmigrantes), con un Rubalcaba reconvertido en el terror de los etarras (tras sus intervenciones cínicas en el caso De Juana)... Tenemos, en fin, un PSOE que ingenuamente cree haberse asegurado votantes a su izquierda y que batalla sin cesar por conquistar un presunto espacio de centro, bajo la batuta de PRISA, caracterizado por el españolismo y el liberalismo económico templado. Parece entonces que no se han enterado de que su victoria procede, entre otras fuentes, de Cataluña y de IU. Tan elemental resulta el diagnóstico que permite la suspicacia de sospechar si no se estarán dejando ganar...

Y mientras, ¿dónde está IU? Pues en las suyas: asaltada por los integristas del Partido Comunista y con una sonrisa inexplicable en boca del insulso Llamazares. ¿Contemplaremos alguna vez la valentía para deslastrarse del comunismo y los comunistas para fundar una fuerza estrictamente contemporánea? ¿Hasta cuándo arrastrarán las querencias sentimentales a tipos valiosos? ¿Por qué no se presentan de una vez a solas con la hoz y el martillo quienes todavía apuesten por la estatalización absoluta de la sociedad y la economía? Y si eso no lo defiende nadie, ¿a qué viene entonces la persistencia en el etiquetado?

Con tal panorama parece claro que, de seguir así las cosas, las próximas las gana el PP. El problema es que todo tiene un aire de prefabricado, de preconstruido, de extraño a nuestras voluntades. Ante este panorama, uno vuelve de nuevo a caer en una profunda sensación de orfandad (partidaria). El reto, entonces, no es otro que ponerse a reflexionar sobre la forma de tal orfandad para percatarse de su carácter ilusorio. Comencemos para ello de una vez a interpretar la realidad política más allá de las divisiones y las adscripciones partidarias (que no son más que un momento de dicha realidad) para superar esa desasosegante sensación. Construyamos nuestra identidad y opinión políticas más allá de los partidos; más aún: canalicemos nuestro compromiso y nuestra acción política fuera de las distribuciones partidarias.