jueves, 30 de julio de 2009

Apuntes madrileños (V)

Los medios de propaganda

Hay un dicho que afirma que no hay nada mejor repartido que la razón. Todo el mundo cree que la posee por igual. Extrapolado al universo mediático, este parecer se transforma en la convicción de que las propias opiniones nacen del sentido común y se difunden por su propia racionalidad, mientras que las opiniones del adversario, por no decir enemigo, son torcidas y solo se sustentan gracias a la propaganda. Como suele ocurrir, si esta es la impresión general, la certeza basada en la estadística es que de cada cinco opinantes conservadores que mencionan el agit-prop del PSOE, dos o tres de los empleados de PRISA o Mediapro se lamentan de la propaganda derechista.

Pero el problema no está en la acostumbrada caradura de los agitadores de nuestro castizo conservadurismo. Lo preocupante es que cuentan con un asombroso soporte para, a fuer de repetir sus consignas, empapar a la sociedad de sus preferencias. Y lo digo porque cada vez que vengo a Madrid me sorprendo por ello.

La TDT ha supuesto en nuestra benemérita capital que sus conciudadanos puedan alimentarse con el rancho espiritual que les ofrecen Popular TV, Libertad Digital TV, Intereconomía, Veo TV, Canal 7, Telemadrid y La Otra, en cuyas parrillas no faltan, por supuesto, debates, tertulias, documentales y entrevistas donde uno puede continuar adoctrinándose después de leer ABC, El Mundo o La Razón. ¿Y el agit-prop zapateril? Como no sean Cuatro, La Ser y El País, donde lo ponen firme a cada paso, no creo que alcancen el rango de órganos de propaganda los modestos Público y La Sexta.

Pero el problema es otro. Vista la obviedad de que tales medios no representan la proporción que ocupan en la oferta mediática, ¿a quien representan entonces? Al capital acumulado, que encuentra en estas iniciativas un medio para reproducirse, perpeturarse y acaso sacar unas perrillas, aunque eso es lo de menos, pues precisamente suponen el entretenimiento de las perrillas sobrantes.

¿Cómo solucionarlo, pues? Limitando drásticamente, controlando y encauzando con autoridad, dicha acumulación ilegítima. Aquí se comprueba hasta qué punto el socio-liberalismo puede llegar a ser su peor enemigo, al consolidar las condiciones que permiten proliferar este tipo de adoctrinamiento. Seguramente no se atreva a meter mano en dichos chiringitos, encomendándose de nuevo a la sabia espontaneidad y al libre rechazo sentido por los ciudadanos, pero conviene recordar que su existencia deja en muy mal lugar eso de que uno de los valores definidores de nuestro país sea el 'pluralismo político'. Al final va a ser verdad que internet es el único medio constitucional.

Honduras en España

¿Qué ocurriría entre nosotros si al partido en el gobierno, con el respaldo de sus votos, le diese por nacionalizar empresas estratégicas, fiscalizar severamente las rentas de capital y expropiar todo el parque inmobiliario infrautilizado? Probablemente, reaccionaría de inmediato, conminando con sanciones y aislamiento, la Unión Europea, permeable como es a los intereses corporativos. De obstinarse en sus reformas económicas el partido en el poder, se crearía un ambiente mediático en el que toda la prensa, radio y televisión estatales le acusarían de estar violando las reglas del juego, de estar alterando no solo nuestro marco constitucional sino también el internacional. El terreno se encontraría entonces labrado para cualquier destitución rápida, limpia e inmediata, impulsada por quien detenta de facto la fuerza, el ejército durmiente bajo mandato regio, y facilitada por el creciente unipersonalismo del poder, auténtica paradoja en un régimen parlamentario.

A juzgar por las opiniones vertidas en casi todos los medios oficiales, en esta hipótesis todos aquellos que se califican de puros demócratas acusarían en primer lugar al gobierno democrático de populista y en segundo legitimarían una intervención militar, sobre todo si venía apoyada por instituciones internacionales. Su opinión, lo he comentado en más de una ocasión aquí, no podría de ningún modo equiparase, en cuanto a valor y autoridad moral, a la expresada con su apoyo electoral por millones de personas. No hay que ser muy asiduo de la prensa, las tertulias y los debates televisados para percatarse de que menos de cincuenta personas, muchas de ellas perfectamente indocumentadas para la mayoría de los temas que tratan, monopolizan la producción de argumentos, prioridades y opiniones. Y de ellas, solo una ínfima proporción --acaso el único sea Nacho Escolar, quien quizá no haya ponderado el peso, formidable, de su representatividad-- representa a la izquierda democrática y no liberal. Da igual, de todos modos, pues la opinión de los restantes cuarenta y nueve, con todos los altavoces necesarios a su servicio, constituiría a efectos prácticos la opinión pública, aquella que con su consentimiento y con sus tibiezas asentiría frente a un golpe no demasiado sangriento.

Este más que improbable escenario pone frente a nosotros las fronteras intraspasables del régimen demoliberal. En su núcleo, agazapadas, todavía habita la coacción y la fuerza, cuyos medios, por mal que suene, habría que conquistar, entre otras cosas porque ejército, policía y guardia civil pueden ser cuerpos democráticos volcados en la protección de derechos legítimos en lugar de en la defensa de una patria abstracta. Unos, como Vallespín, prefieren mirar para otro lado, hacer como que ese guardian violento no existe, y dar por sentado que el régimen democrático no puede rebasar dichos límites. Otros, en cambio, nos obcecamos en pensar que con esos frenos no puede realizarse de ningún modo la democracia, cautiva como está.

Ni Chávez, con su repugnancia a las formas y los procedimientos, con su chusco ordeno y mando, ni Zelaya, con su incomprensible sonrisa, son de mi agrado. Pero sí lo son sus propósitos redistribuidores, alfabetizadores y, en suma, emancipadores. Y eso es lo que me preocupa: que vivamos en un país que ni siquiera puede comenzar a pensar a transformar sus injustos cimientos de desigualdad, embrutecimiento y precariedad.