miércoles, 29 de abril de 2009

En memoria de Javier Ortiz

Creo que la primera vez que oí su nombre fue en boca de un amigo de mi padre, que ensalzaba la transparencia y la racionalidad cartesiana de sus escritos. Integraba ese grupo de periodistas indómitos e implacables con el poder que conformaba, a mi juicio, el núcleo ético, ya desintegrado por completo, de El Mundo. Si a partir del año 2000, aún me acercaba a las páginas de este periódico sólo era para leerle a él y a Carlos Boyero. Quienes todavía hoy, desde la superficialidad y desde ese sectarismo para el que toda diferencia es sectaria, no perdonan su paso por el diario conservador, desconocen, claro, el contenido de sus artículos, y con su condena no hacen sino refrendar y reproducir este falso espectáculo bipolar contra el cual, precisamente, se enfrentó Ortiz hasta su última columna.

Mi vínculo (unilateral) con Ortiz se estrechó considerablemente en el año 2003 (¿o fue en 2005?), cuando estando en Frankfurt un colega me recomendó su blog. Usuario tardío de internet, fue la primera web personal que visité, y con un rotundo éxito, por cierto, pues acudía cada mañana a leer su esperado apunte del natural, las primeras letras que durante muchos desayunos he leído. Tal fue mi entusiasmo, y hasta tal punto me hacía sentir el blog cercano a su autor, que poco tardé en ponerle un mail felicitándole y preguntándole alguna chorrada sobre la ausencia de periodismo de izquierdas. Su inmediata y afectuosa respuesta me confirmó que, en efecto, además de un periodista insobornable, era un tipo entrañable y próximo.
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Después de aquella anécdota, volví a escribirle en alguna ocasión para enviarle el texto de una conferencia mía sobre la República y el franquismo, que recibió con entusiasmo y gratitud. Siendo alguien lejano y desconocido en términos personales, era al mismo tiempo un amigo a quien escuchaba (leía) cada jornada, clarificando con sus letras mis pensamientos y, ultimamente, conmoviéndome con su sensibilidad.

Su principal lección, lo que he admirado más profundamente en él, ha sido su inquebrantable civismo racionalista, virtud rara en estos tiempos de venalidad universal. Su paso por la subdirección de uno de los periódicos nacionales más influyentes, sus frecuentes contactos con el poder, su plena inserción en el campo en que se toman las decisiones o se fiscalizan de muy cerca, nada de eso alteró un ápice su integridad, su compromiso, su honestidad. Por eso yo hubiese deseado que nos legase su autobiografía, porque su mirada era verdaderamente excepcional y acaso irrepetible: impoluta a pesar de haber contemplado casi a diario los entesijos más sucios del poder.

Hubiese sido un testimonio único, como insustituible son las miles de impresiones que ojalá podamos seguir repasando, como crónica lúcida de nuestro presente, en su web.

sábado, 25 de abril de 2009

De regreso

Casi dos meses he estado ausente de estas páginas. La mayor parte de este tiempo la he pasado investigando en un lodazal de represión, sangre y sufrimiento. Lo bueno de ser un ignorante integral es que yo soy el primero, y acaso el único, que aprendo de mis escritos. El modelo en que nos movemos es tan esquizofrénico y absurdo que te paraliza con sus exigencias: si en el campo sociopolítico y laboral te condena a una existencia esclavizada y te pide cultura, participación y voluntad, en el micromundo académico te solicita publicaciones sin dejarte tiempo para la lectura sosegada. Escribimos para nosotros mismos, o, en el mejor de los casos, hacemos, como dice Bourdieu, textos de productores para productores.

Al menos queda el consuelo de aprender uno mismo, entre otras cosas, a ser ciudadano. Nada sabía yo antes de ponerme a ello que en la España de los siglos XIX y XX se había popularizado, e institucionalizado, como práctica gubernativa, la llamada ley de fugas, ejecuciones sumarias y extralegales llevadas a cabo con mezquindad y alevosía. Desde los bandoleros hasta los anarcosindicalistas, cientos fueron las víctimas de esta avilantez.

No sólo eso: he aprendido en estos tristes meses que la llamada ley de vagos y maleantes no fue sino una jurisdicción especial creada nominalmente para reprimir la peligrosidad sin delito, pero que, en la práctica, persiguió y castigó principalmente los pequeños ilícitos contra la propiedad, demostrando con ello de nuevo los puntos a los que llegó --y continúa llegando-- la equiparación, en cuanto bienes jurídicos, de la libertad personal y de la propiedad privada.

En fin, he creído corroborar en nuestra historia que lo sucedido desde el 36 y muy especialmente tras la derrota del 39 no fue sino la manifestación desaforada, la expresión paroxística de un mal larvado desde hacía décadas, la explosión inevitable de un período de exclusión y exterminio civil que no llegó a dar el resultado apetecido y que hicieron inevitable una extirpación sin contemplaciones de los males que aquejaban a España. No fue, en absoluto, la tentativa del 31 la que provocó la pendiente del enfrentamiento; antes bien, fue el único intento integrador y racional que jamás se había llevado a cabo. Cada vez lo tengo más claro: ni Franco, ni Auschwitz, ni los totalitarismos resultan comprensibles si no se arroja una mirada al pasado inmediato, a aquel políticamente identificado con la vigencia del Estado liberal.