miércoles, 30 de septiembre de 2009

Gasto social

Es de veras cabreante la inopia política en la que nos encontramos. ¡No va a ser natural escapar de la prensa y la televisión, refugiándose en, por ejemplo, las series de HBO, cuando desde todas las noticias y reportajes parecen estar tomándonos el pelo*! Por lo descarados que son, dudo de veras que esa simplificación aberrante con la que se dirigen a nosotros no encierre un meditado propósito, pongamos por caso la mayor privatización de la existencia y el más hondo desmantelamiento de la esfera pública, única desde la que puede fiscalizarse al poder. Sin embargo, tampoco creo que este tono tan insultante obedezca solo a estrategias oscuras, pudiendo perfectamente responder al estado de permanente y generalizada indocumentación que nos envuelve.

Si ayer os comentaba lo tergiversados que resultaban los conceptos de riqueza y de rentas medias en boca de nuestros políticos, hoy os doy la vara con lo de la cantinela del gasto social, auténtico asidero al que se ha agarrado el gobierno para justificar sus infumables presupuestos. A veces el torpedeo, que en ocasiones como ésta (y como aquella otra en que se negaban a pronunciar la palabra crisis) nace de la propia voluntad presidencial, no da tregua a la reflexión y hasta los medios que presumen de ser críticos repiten sin parar lo que el gobierno ha convertido deliberadamente en consigna vacua. No obstante, basta con reflexionar un poco para percatarse de cuánta mentira hay en eso del gasto social y de cómo el PSOE, de manera totalmente irresponsable, nos vende un Estado asistencial con la retórica del Estado social.

Para la Salgado y sus acólitos este presupuesto se caracteriza por el gasto social porque garantiza el desempleo y las pensiones. Punto y final. Aun sin continuar más allá de esta premisa, cabría con toda razón objetar si esos 420€ de subsidio son tan útiles e indispensables como los pintan. Creo, desde luego, que todo el mundo convendrá en que son una miseria siquiera para la más elemental supervivencia y que sería del todo preferible ofrecer al desempleado un puesto mejor remunerado. ¿Por qué no se opta entonces por favorecer el empleo en lugar de por hacer unas cuentas propias de un perdedor sin pulso? Y ahí vamos a la segunda parte.

Gasto social, entonces, no sería solo el que se destina a sufragar subsidios sino el que se dirige a evitarlos y a fomentar la autonomía financiera. Gasto social sería, pues, el que se invierte en sanidad, en educación, en investigación, en infraestructuras y en otros servicios en la medida en que éstos generan empleo estable y bien pagado. Y resulta que los actuales presupuestos reducen sus partidas en todos estos apartados, incluida cultura, o no las aumentan en absoluto, como en el caso de la salud, que si bien parece incrementarse, lo hace para el pago de monumentales deudas atrasadas y de coyunturas especiales como la causada por la gripe.

Se podrá decir que la filosofía subyacente a este planteamiento es de tono liberal, y que eso mismo de crear empleo dicen los del PP. Sin embargo, la diferencia radica en que mientras los liberales creen que la empresa es la única y mejor empleadora, y por ello debe incentivarse en exclusiva su actividad, el socialista sostiene que, junto al impulso de las iniciativas procedentes de la pequeña y mediana empresa (sus dueños son igualmente trabajadores), también puede fomentarse un empleo de calidad invirtiendo en servicios, ¿o es que acaso estamos ya servidos de centros de salud, guarderías, patentes de investigación o línea ferroviaria?

Y este gobierno se las arregla para no hacer una cosa, dar patente de corso a las empresas, lo cual le honra pues ellas son responsables fundamentales de este desaguisado, ni la otra, practicar el socialismo democrático que supuestamente les denomina, lo cual le desprestigia.

¿Presupuestos del gasto social? Venga ya, hombre. Vayan a timar a otra puerta.

* Noticia de hoy en Telediario 2, conducido, por cierto, por toda una profesional, Pepa Bueno: 'un informe del banco de España aconseja moderar los salarios y se lamenta de que el consumo esté estancado'. Todo un oxímoron, ¡sí señor!

lunes, 28 de septiembre de 2009

Las rentas medias

Ya conocemos todos lo que desde hace días era prácticamente una certeza: que el inminente incremento tributario afectará al IVA, a las rentas de capital y a la supresión de la deducción de los 400€. No soy contrario a la subida de impuestos, menos cuando es tan leve, pero sí soy en cambio muy exigente con el destino de los fondos públicos, no siempre bien administrados, según demuestran, por ejemplo, muchas obras del Plan-E. Y es que sólo a un gobierno que no cree en el Estado se le ocurre ceder a los ayuntamientos, esos que tanto han hecho por nuestro desarrollo urbanístico, la gestión de una inversión de tal calibre.

Ya dije aquí que, echando cuentas, resulta irritante que los 15.000 millones que ahora faltan al Estado sean esos mismos que perdió por medidas tales como la del cheque-bebé, la bajada de los impuestos sobre la renta y de sociedades y la supresión del de patrimonio. Todo un tongo eso de pretenderse socialista cuando se bajan los impuestos indirectos sufragando las pérdidas con la subida del IVA. Nos deben de tomar por tontos, tanto a un lado como a otro de este páramo político, pues los socialistas pretenden que creamos que la reforma fiscal afecta sobre todo a los ricos mientras que los conservadores desean que pensemos, en esa búsqueda universal del centro inexistente, que esta subida la pagaremos exclusivamente las rentas medias (entre las que me incluyo, al menos en su estrato más modesto).

Eso que denominan rentas medias son en realidad ingresos que se han visto severamente mermados, aquí como en el resto de Europa, en las últimas dos décadas. Basta con comparar el poder adquisitivo y la estabilidad laboral de un médico, de un profesor o de un obrero a mediados de los años ochenta con sus homónimos actuales. Hasta en el seno de una misma empresa --como nos recordaba Enric González hace poco sobre PRISA-- existe la neta división entre la plantilla antigua, con puesto fijo y salarios altos, y la nueva, de contratos temporales y remuneración irrisoria. No por casualidad el INE demostró hace poco con su mapa salarial que ese español medio al que todos desean dirigirse, lejos de ser de clase media, no cobra más de 14.000€ brutos anuales. Nosotros, en definitiva, nos las tenemos que arreglar con sueldos misérrimos, con jornadas interminables y con precios estratosféricos como el de la vivienda, algo más o menos novedoso respecto a la Europa de las décadas posteriores a la II Guerra. Y que yo sepa, esa permanente devaluación de las rentas medias no sólo es que no sea en absoluto creación del malvado Zapatero, sino que es una de las consecuencias más palpables de ese capitalismo defendido por los conservadores... y los socialdemócratas con el pretexto de la competitividad, la eficiencia y demás retórica alienante.

Si las rentas medias ya ni existen y son más bien bajas, ¿a quién se refieren entonces? A sus potenciales votantes. Unos, los del gobierno, hablan de que suben impuestos a los ricos porque se dirigen al parado al que hay que pagar la prestación, para quien un salario de 1500€, comparados con sus 420€, debe de ser una fortuna. Lo coherente por su parte sería, en caso de sentirse liberal, apostar por crear trabajo, y en caso de concebirse como socialista, fomentarlo con medios públicos --algo que ya hacen, aunque de modo superficial y episódico-- o, si les da por la audacia redistributiva, crear directamente el derecho ciudadano al salario mínimo. Otros, los de la oposición y ahora los de El País, hablan de que se lo suben a las rentas medias porque se dirigen al pequeñoburgués ilustrado con la intención de que no vea protegidos sus intereses (monetarios) con este gobierno, dejando a un lado que buena proporción de ellos va a ver mejorada su situación con la nueva bajada del impuesto de sociedades para las pequeñas empresas.

Ambos, por desgracia, dejan de anotar que esta subida será pagada, como siempre, por quien tenga nómina y, sobre todo, por todo aquel que consuma y no cuente con sociedades que le permitan recibir el IVA de sus compras. Y en este último caso entran todas las rentas, incluso las de quienes no están siquiera en la categoría de rentas medias y cuya falta de formación, perspectivas y consistencia, además de alejarlos de la economía oficial y del voto y con ello de la vista de nuestros políticos los aproxima al consumo desaforado, sin criterio y gratuito y con ello a una notable contribución por el citado impuesto.

Ambos también parecen estar de acuerdo en que lo verdaderamente impracticable, por mucho que se practicase entre nosotros hasta anteayer, es aumentar los impuestos a los ricos, subiendo el tipo máximo del IRPF a las rentas superiores a 60.000€, haciendo mucho más progresiva la recaudación por rentas de capital, recuperando la tributación por patrimonio, fiscalizando la especulación bursátil y obligando a la reinversión de beneficios en la economía productiva. Confluyen en esto porque piensan, o bien que al rico le cuesta poco evadir impuestos y es estéril intentar que contribuya, o bien que al rico no es bueno ahuyentarlo con altos tributos para que así continúe invirtiendo y generando riqueza. Desconocen de este modo, ambos por igual, que de esa forma declinan ante el fraude y lo legitiman y que la riqueza basada en la especulación y en su propia y autónoma reproducción en poco o nada repercute en el país, pudiendo incluso empobrecerlo, al exigir servicios, infraestructura, leyes y protección sin dar nada o muy poco a cambio.

Dialogando con Non Sola Scripta

Hace poco más de un mes se acercó por estas páginas el autor de un buen blog llamado Non Sola Scripta. Cada vez que la casualidad trae a alguien por aquí se materializa aquello de Adorno sobre la botella y el mensaje, teniendo en cuenta sin embargo que poco mensaje hay en mis reflexiones como escasa pretensión tengo de lanzar botella alguna, visto que en el fondo este portal responde más a una necesidad individual de desahogo que a un deseo de transmisión masiva de mis más que predecibles ideas. Pese a todo, no voy a engañarme y he de reconocer que es muy gratificante comprobar que alguien, en alguna ocasión, te lee, como mi secreto lector Fernando, o como la hija de Javier Ortiz, que ha tenido la amabilidad se sumar mi tributo a la web del periodista.

Desde que Non Sola Scripta se pasó por aquí, me acerco con frecuencia por su blog, cuya sección de enlaces te lleva a otros sitios de interés y a alguno que anuncia mucho más de lo que ofrece. Como interesado impenitente en filosofía política y teoría de la democracia leí con cierto interés uno de sus últimos apuntes, titulado ¿Cuántos votos hacen funcionar una democracia?, donde transcribe opiniones de Ralph Dahrendof.

Me llamó la atención la consabida acusación de antiamericanismo a 'la izquierda europea' y 'sobre todo' a 'la española'. Esta réplica tiene visos de convertirse, como la acusación de totalitario, en uno de esos efugios que intentan bloquear la crítica y el debate y que tan bien conocen, por ejemplo, los defensores de la expansión israelí. Si criticas la privatización de la política y la salud, si atacas la militarización de la política exterior o si censuras algunas normas punitivas vigentes en ciertos Estados, más que señalar problemas objetivos de notable gravedad --reconocidos ya incluso por su propio presidente-- no haces sino poner en evidencia un prejuicio de carácter ideológico que nubla tu raciocinio y te impide participar en el debate.

En nada disculpa esto el antiamericanismo todavía practicado por algunos que, en primer lugar, no disciernen entre la sociedad norteamericana y su gobierno, descuidando por tanto las más que envidiables iniciativas que parten de la primera, y en segundo lugar, no toman nota de la irreductible complejidad --histórica, religiosa, cultural y política-- de tal sociedad, tan extensa y heterogénea como el mismo continente europeo y con la distintiva virtud de haberse asociado en torno a un Estado respetuoso con la pluralidad. Pero visto que el documental criticado no hacía sino denunciar los déficits democráticos del sistema político estadounidense, tampoco es que estuviésemos ante un ejercicio de justificada crítica a esta fea especie de antiamericanismo.

Más que por el uso indiscriminado del estigma del antiamericanismo, interesa el post citado porque vuelve a poner en evidencia la distancia insalvable entre liberalismo y democracia. Con coherencia, el autor de Non Sola Scripta se cuestiona hasta qué punto es necesaria una alta participación para el correcto funcionamiento de las instituciones democráticas, cuando índice de la buena marcha de éstas es que no existan divisiones, revueltas y contestación social. La diferencia entre la legitimidad democrática y la liberal es una cuestión de tiempo: para el demócrata procede de un refrendo mayoritario anterior a la decisión política, y cuanto mayor sea la participación de mayor legitimidad goza la norma avalada por la corriente más extendida y popular; para el liberal, por el contrario, la legitimidad se calibra sobre todo en los efectos posteriores a la decisión, siendo legítima aquella que por su eficiencia y utilidad conquista el consentimiento y consigue no tener una oposición activa, y resultando ilegítima aquella otra que se topa con la confrontación ciudadana (léase, de aquellos ciudadanos que hacen explícita su disconformidad). Para el liberal, en afirmación de Fichte, el mejor gobierno es aquel que no se nota porque deja que la sociedad se autorregule espontáneamente, es aquel que no irrita a la gente, según la eficaz acepción de Ignacio Camacho. Para el demócrata, en cambio, el mejor gobierno es aquel que a través de sus medidas plasma en la realidad el programa mayoritariamente deseado en el seno de la comunidad. (Y para el demócrata constitucional, el mejor gobierno es el que hace esto último pero con respeto por los derechos fundamentales declarados en la Constitución).

La legitimidad liberal que defiende Dahrendof y por extensión el autor del mencionado blog, entre otros pliegues teóricos, tiene dos que desde luego la alejan de las creencias democráticas. Sus palabras de orden son la eficiencia y el utilitarismo: el principio de la mayoría, lejos de comunicar legitimidad al poder, no constituye sino un indicio de cuáles son las medidas que mejor se adecuan al interés mayoritario y que menos posibilidad tienen, por tanto, de ser rechazadas activamente. La vigencia de tal axioma no es indispensable, sino altamente recomendable, por eso tanto da una abstención generalizada si ésta no refleja más que satisfacción privada e indiferencia pública.

Con el tácito carácter prescindible del principio de la mayoría, y su sustitución por el vaporoso criterio del interés general, ya nos hemos aproximado a unos terrenos políticos inconfesables. A la reflexión liberal, de hecho, le son caras las abstracciones aparentemente universales que encubren realidades bien particulares que las desmienten tozudamente. Piensen si no en el arranque feliz del liberalismo en la Virginia de 1776, con su pomposa proclamación de la libertad y la igualdad de todos los hombres en su Constitución y la coetánea exclusión de negros esclavos, indios, mujeres y trabajadores. Tanto es así, que resulta connatural al liberalismo hablar de 'pueblo' y de 'sociedad' cuando en realidad se refiere a una sola parte del todo, la que por su valía, mérito y capacidad se estima imprescindible para la subsistencia y progreso del conjunto.

Esta tendencia de invocar el todo refiriéndose a una parte se expresa hoy día en una difícilmente justificable discriminación entre las diversas contestaciones sociales que deslegitiman la acción del gobierno: si son obreros franceses montando una huelga general frente a las reformas neoliberales o mineros bolivianos haciendo huelga de hambre contra la privatización de sus recursos naturales, entonces la oposición ciudadana --en la medida en que impulsada por la base fungible de la pirámide social-- es muestra de atraso y de resistencia frente a medidas tecnicamente necesarias. Si en cambio son plataformas cívicas derechistas las que plantean resistencia, entonces estamos ante una insufrible división social causada por un gobierno sectario e ilegítimo. A todo lo cual contribuye el reflejo mediático de la realidad, para el que la represión, con resultado de muerte en Latinoamérica, de los gobiernos neoliberales apenas merece una columna de actualidad, mientras que bastan cinco opositores de un gobierno 'populista' para obtener una portada a cinco columnas hablando sobre la fractura que padece tal o cual país.

Queda clara entonces toda la carga ideológica que transporta esa manera de pensar que cifra la legitimidad de un gobierno en la ausencia de oposición a sus medidas. Parte además esta reflexión de una imagen distorsionada de la naturaleza humana, supuestamente movida por un impulso innato de libertad que le lleva a sacudirse el yugo de la opresión, de ahí que cuando las decisiones políticas atentan contra dicha libertad el resultado sea siempre la movilización en su contra. Se desconoce así el nada despreciable aspecto domesticable y disciplinable del ser humano, incapaz de oponerse a medidas injustas, o incluso contrarias a sus intereses materiales, por pereza, miedo, ineptitud o simple resignación y capacidad de sufrimiento.

Estos son los motivos fundamentales por los que creo tan sesgada esa convicción a tenor de la cual la legitimidad de las decisiones proviene del consentimiento, es decir, de que su implantación no encuentre resistencia social, y no del aval de la mayoría, de un refrendo mayoritario construido sobre la base de la libertad de expresión y de crítica y para el que resulta no ya deseable, sino del todo necesario una alta participación. Si la resistencia ciudadana, cuando la ejecutan los desfavorecidos, no vale o no existe a efectos prácticos, de poco sirve tal criterio. Y aun de menos sirve desde el momento en que una tiranía puede desplegarse sin encontrar contestaciones severas, ya sea por miedo generalizado o por aquiescencia interesada.

Así es, el criterio apuntado, al que poco le importa la participación (no ya solo electoral, sino sobre todo la ciudadana, aquella que paradójicamente tanto rechazo provocaba en Dahrendof) y sí mucho la eficiencia y utilidad de las instituciones, cuenta con una vecindad sospechosa con cierta legitimación 'técnica' de la dictadura: si ésta satisface a la generalidad o al ciudadano medio, si no provoca divisiones y desacuerdos palpables, si bajo su imperio el hombre común, aquel no significado políticamente y afanado en su trabajo, su familia y sus amistades, disfruta de 'una extraordinaria placidez', entonces tanto da un gobierno democrático que otro dictatorial. No es de extrañar que muchos de los que así piensan, en cuanto la democracia hace de las suyas, no tengan inconveniente en colocarse del lado del despotismo, como sucedió aquí en el treinta y seis o en el Chile de Pinochet. Puestos ante la disyuntiva de elegir entre derechos de la persona o derechos patrimoniales, prefieren en última instancia aniquilar personas a estatalizar recursos económicos. Y esto, que queda muy claro apenas te acercas a la historia política reciente, no parece serlo tanto como la evidencia de que el comunismo o el socialismo real fue en muchos sentidos tan desastroso como criminal. Si lo estuviese, igualmente claro sería que la opción política más noble y la que menos tiene manchadas las manos de sangre no es desde luego el liberalismo capitalista.

El coste de un voto

Decía en el post anterior que los resultados obtenidos por Die Linke y Los Verdes reflejan a mi juicio una esperanza democrática. Me explico ahora con mayor detalle.

Casi todos los análisis electorales responden al principio individualista e idealista de la libertad indeterminada y abstracta, ese mismo que funciona para explicar (malamente) las reglas del mercado. Aplicando tal axioma resulta que los partidos son productos netamente diferenciados y el votante un consumidor libre al tanto de todos los pormenores programáticos. Según tales premisas, todas las agrupaciones parten con las mismas oportunidades y las votaciones son, por tanto, expresión de decisiones puras y libres. Las cosas, sin embargo, son bien diferentes, ya que tanto los partidos como los electores se encuentran estructuralmente mediados por la realidad en la que operan. Así, las formaciones políticas cuentan con apoyos mediáticos diferentes y los que gozan ya del poder gubernamental, por escaso que sea, tienen a su favor redes clientelares e infraestructura institucional que condicionan las decisiones de voto. A todo ello debe sumarse la tramposa aritmética electoral, que posibilita, por ejemplo, que la CDU tenga menor porcentaje de votos pero mayor número de escaños que en los últimos comicios.

Pues bien, dadas estas circunstancias materiales de partida, obtener un voto y lograr un escaño de una formación minoritaria opuesta con claridad al actual modelo socioeconómico requiere mayor esfuerzo que conseguir votos y escaños de color socialdemócrata y democristiano. Por eso el 12% de Die Linke supone toda una esperanza, al igual que el casi 20% que suman en Portugal el Bloco y el Partido Comunista junto a Los Verdes. Una esperanza que, valga la paradoja, los primeros en poder dilapidar son los mismos miembros de estos partidos de la izquierda real.
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¿Por qué afirmo esto? Pues por la tendencia casi inexorable de los miembros de dicha izquierda a enamorarse de sus convicciones y despreciar las constricciones materiales de su actuación. El dogmatismo casi religioso de, por ejemplo, los todavía comunistas, además de abocarlos al más ridículo y torpe cainismo, los hace aparecer no ya como desfasados y anacrónicos, sino como peligrosos en la medida en que portan el virus totalitario. Para conservar y acrecer estos exitosos resultados (piensen en un parlamento español con cuarenta diputados de IU y treinta ecologistas) hace falta saber en qué terreno se está jugando: en una sociedad mediática y mercantil, que hace intangibles determinados privilegios adquiridos, pero también en una sociedad que se quiere justa y democrática. Combatir a la primera con tino y estrategia invocando como señas de identidad los principios de la segunda puede ser el mejor camino para seguir creciendo. Ojalá que lo logren y nos contagien en algo.

Lecturas electorales

Ayer se celebraron elecciones en Alemania y Portugal y hoy en España ha comenzado la tromba de reacciones. Como suele ocurrir, cada cual arrima el ascua a su sardina y, en definitiva, los resultados electorales extranjeros no hacen sino confirmar las propias posiciones nacionales. Por eso hay que leer en clave nacional la opinión de nuestros analistas en política internacional.

La lectura progresista: centrismo y división de la izquierda. Los datos de los comicios alemanes arrojan una doble conclusión creo que indiscutible: por un lado, podemos contemplar una victoria conservadora que sobre todo se ha apoyado en un sensible crecimiento de los neoliberales, y por otro, asistimos a una derrota estrepitosa de los socialdemócratas, que desde 2005 llevan perdidos más de noventa diputados de un hemiciclo compuesto de seiscientos veinte escaños.

En interpretación de El País, la victoria conservadora se cifra en la capacidad de Merkel para hacer política centrista y en la credibilidad de las propuestas neoliberales del FDP. Sin embargo, la actual canciller ha perdido apoyos (del 35,2% de los votos ha pasado al 33,8%) y probablemente algunos de los que ha mantenido se explican por su marcado tono social , mientras que la ascensión liberal no se debe a éxito centrista alguno, sino más bien a la consolidación y crecimiento de las posturas neoconservadoras justo en el tiempo en que se ha demostrado de manera fehaciente su carácter desastroso.

Por su parte, la abultada derrota del SPD es leída como efecto del desgaste en el poder y, ojo al dato, como consecuencia de haber contribuido al establecimiento del Estado del bienestar, de modo que la sangría de votos no se debe tanto a su conversión neoliberal sino a su pasado socialista, que de no haber existido haría más creíble su nueva fe mercantil. La conclusión, siempre según El País, es que la izquierda se aleja del gobierno porque de nuevo está dividida, mostrando con ello no sólo una comprensión dictatorial de la política --al parecer infructuosa en un contexto pluralista y sólo viable con la dialéctica de bloques unitarios-- sino también su consueta preferencia por un gran (y aburrido) bipartidismo de centro. Es lo que tiene preferir la gobernabilidad a la justicia y la democracia, que deja de entenderse la situación de la izquierda en Alemania, pero también en Francia, Reino Unido, Italia y Portugal.

Mi lectura de la derrota socialdemócrata es muy otra. Ya mi padre, todo un vocacional de la política, me decía que regla elemental de las coaliciones es que, cuando llega la revalida electoral, el socio minoritario sale perdiendo porque se interpreta o bien como traidor o bien como fuerza innecesaria. Para coaligarse hace falta tener poder, y si no lo tienes es mejor continuar aspirando a conquistarlo. Y esto no pareció comprenderlo el SPD, cuyo vertiginoso descenso evidencia mucho más de lo que pretende El País: en primer lugar, el declive generalizado del socioliberalismo, cuyas similitudes económicas con los conservadores les resta identidad propia, de ahí que crezcan los partidos a su izquierda y que se debilite electoralmente, ya que no mediática e institucionalmente; en segundo, la falta de credibilidad de quien se opone a los conservadores siendo ministro de un gobierno conservador; y en tercer lugar, la falta de fuelle de un candidato sexagenario que escenifica mejor el cansancio de una idea que el vigor de un proyecto (o la mesura, la constancia y la prudencia de un gobernante, bien representadas por la Merkel).

Y la fragmentación de la izquierda, lejos de implicar un desastre para ésta, como sugiere nuestra progresía, supone todo un reto y el reflejo de una esperanza. Todo un reto porque el hecho de que Los Verdes y Die Linke sumen casi el mismo porcentaje de votos que el SPD les pone ante la prueba del diálogo, la negociación, la transacción y la estrategia, asignaturas que los dirigentes socialdemócratas, con su clara tendencia derechista, tienen pendientes para la próxima cita. Y una esperanza porque impulsa a seguir confiando en la democracia como fuente de legitimidad del gobierno ya que es posible convencer incluso contra el viento y la marea de los poderes fácticos.

Lecturas conservadoras: faltos de ideología y repartición de la miseria. Para la derecha, en cambio, los resultados en Alemania reflejan que la izquierda anda carente de 'un cuerpo doctrinal coherente y unitario'. Como los progresistas, interpretan que la variedad ideológica es un mal en democracia, cuando debiera ser justo lo contrario, una bendición. En el fondo, añoran la hegemonía socioliberal e invalidan tácitamente toda alternativa a la izquierda, que es lo que en realidad temen. La supuesta ausencia de unidad ideológica no significa sino la nulidad, por su presunto fracaso histórico, de toda ideología izquierdista, de ahí la constante inclinación a desacreditar como comunista a Die Linke, borrando su conexión con la lógica del Estado social, y la oculta preferencia por las polémicas domésticas y superficiales con la socialdemocracia.

Pero si algo puede deducirse de las elecciones, al menos en boca del prepotente Melchor Miralles, es que la península ibética ha quedado como último reducto izquierdista. Y la profundidad de la crisis en Portugal y España no serían sino las consecuencias de esa obcecación política. Claro, tanto da que Italia cuente con una crisis galopante desde hace más de un lustro pese a su gobierno derechista, que las formaciones neoliberales cual el PP hayan provocado buena parte de esas agravantes españolas que nos siguen hundiendo en la recesión, que gobiernos conservadores como el alemán hayan adoptado hasta el momento tácticas propias de Keynes como la subida de impuestos y que gobiernos socialistas como el portugués haya tomado medidas de carácter neoliberal. Lo que importa es fabricar una consigna sencilla, unilateral, bien comprensible para todas las mentes y susceptible de ser difundida con facilidad. Así le va a la derecha... tan rematadamente bien.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Autoprofecías

Creo que era Kant quien afirmaba que las autoprofecías son patrimonio de los poderosos. Así es: resulta muy sencillo pronosticar el futuro cuando tienes el poder suficiente para producirlo a tu antojo y en tu propio beneficio.

Cuando escucho a tipos como el presidente de la patronal de la banca augurándonos un porvenir de desempleo, quiebras empresariales y ruina económica no dejo de acordarme de aquella apreciación kantiana. Buena parte de los que anuncian un futuro aciago atribuyendo la responsabilidad en exclusiva al presidente Zapatero tienen mucha más capacidad que éste para determinar el curso de los próximos acontecimientos. Piensen si no en la capacidad de esa misma banca para hacer quebrar empresas si no concede créditos. La cuestión no es ya que resulte un simplismo aberrante denunciar que la formación en el gobierno es responsable única de estos padecimientos, ocultando el hecho de que la economía no sigue ya los designios de la política y que, caso de hacerlo, tan responsables fueron los anteriores gobiernos promocionando este capitalismo especulativo como el actual, incapaz de adoptar ni una sola medida preventiva. El problema es que para salvar estos escollos, acaso cuenten con mayor posibilidad de actuación y éxito algunos agentes económicos que el propio consejo de ministros. Pero eso nos remite entonces a un problema aún mayor: el alcance de la democracia en el seno del capitalismo.

La democracia capitalista se basa en última instancia en la buena voluntad y en la creencia de que es un modo aceptable de proteger y promover los propios intereses. Su base social se caracteriza por la desigualdad y la jerarquía, amparadas ambas, presuntamente, en la más eficaz producción y distribución de bienes. En oposición al tradicional poder político impositivo, su método de gobierno ha de ser la gobernanza, dado que ha de granjearse el consentimiento y la aquiescencia de quienes ocupan el vértice de la sociedad. Si éstos ven que las medidas gubernamentales, por muy mayoritarias que sean, dejan de salvaguardar sus intereses, nada o poco les impide el recurso a la desobediencia, a no doblegar su voluntad frente a normas que consideran heterónomas y opresivas.

Por eso la democracia real y el socialismo o la homogeneidad económica van parejas. Sólo con intereses realmente homogéneos y con poderes sociales más o menos equipotentes puede funcionar el principio de la mayoría. Lo característico de la sociedad de nuestro tiempo, en cambio, es que se autoconcibe como democracia y se estructura como capitalista. De ahí que en el plano de la retórica gocen de buena salud los argumentos democráticos, y hasta jacobinos, que sirven ahora para considerar al gobierno como responsable último de los acontecimientos sociales, mientras que en el plano de la realidad sean los parámetros liberales los verdaderamente vigentes, permitiendo que existan sectores con mayor poder que el propio gobierno, hasta el punto de que, si sus voluntades concurren en idéntico sentido opositor, pueden derrocar y hundir al gobierno que se les enfrente.

Y éste de ahora, el nuestro, es tan torpe que ha preferido consolidar en la práctica a dichos sectores y enfrentarse a ellos en el terreno del discurso y las consignas.

martes, 22 de septiembre de 2009

El ejemplo electoral europeo

El próximo domingo se celebran elecciones en Alemania. Vaya por delante que, después de haber vivido en aquel país durante más de un año y, por tanto, después de comprobar cómo una sociedad puede funcionar realmente bien invirtiendo con generosidad en servicios públicos, mi opinión puede llevar el sesgo de la admiración. Tanto es así que siento sincera simpatía hasta por su actual canciller pese a profesar creencias políticas bien distantes de las mías.


Si envidio el panorama electoral alemán no es, por supuesto, por las nulas expectativas de victoria que pueda tener la izquierda real, ni tampoco por las delatoras renuencias de la socialdemocracia a pactar con Die Linke para salvar las conquistas del Estado del bienestar. Junto a la más que probable victoria democristiana, tales circunstancias no apuntan sino a la consolidación del conservadurismo como la opción política de rango europeo más creíble y natural. Nada extraño, dada la coherente propensión de una sociedad mercantil a ser gobernada con criterios liberal-conservadores.

Si contemplo admirado la más que probable distribución de fuerzas de la política alemana es por su sinceridad. Y no lo digo por las antedichas renuencias del SPD, que vienen a identificar con claridad la opción socio-liberal y a frustrar cualquier posibilidad de un pacto entre la burguesía progresista y el socialismo obrero, pacto que ha sido el causante por lo general de los más valiosos avances sociales y económicos en nuestra historia reciente. Ni tampoco por la reseñable circunstancia de que allí gobiernen en comandita CDU y SPD, haciendo patente hasta qué punto las divergencias entre estas dos corrientes son superficiales e interesadas. Lo afirmo por el hecho de que tal distribución responde con fidelidad a la correlación ideológica de la Alemania actual, algo que no podemos afirmar de nuestro anquilosado bipartidismo, ni siquiera porque esté flanqueado de las formaciones nacionalistas.

Ese ejemplo alemán es de todas formas extensible a otros países europeos como Francia y Portugal. En todos ellos podemos constatar la concurrencia de cinco corrientes políticas: a la derecha, junto a formaciones nacionalistas extremosas, encontramos a democristianos y liberales, en el centro a socialdemócratas y social-liberales, y a la izquierda a verdes, comunistas, troskistas y a socialistas. Y en ninguno de ellos se da una mayoría apabullante de alguna formación, al menos si ponderamos los resultados electorales en proporción al cuerpo electoral en su conjunto, como tampoco se da una minoría irrisoria en las coaliciones a la izquierda de la socialdemocracia.

Si esto ocurre es porque las sociedades alemana, francesa y portuguesa son más liberales que la española. Es decir, sus instituciones políticas, sus formaciones representativas y, en fin, su entramado mediático, reflejan con mayor precisión sucomposición política real. En España, por el contrario, existe en ese sentido un déficit de representatividad y, por consiguiente, un exceso de presión malformadora por parte de las instituciones y los partidos sobre la sociedad. Para que ello no ocurriera, habría que hacer distinciones netas entre nacional-católicos y liberales laicos en el seno del PP, entre social-liberales y socialdemócratas en el interior del PSOE, y entre comunistas y ecosocialistas dentro de IU. Quizá UPD sea esperanzador en este sentido, desgajando a los liberales laicos del PP, pero faltaría aún que los comunistas volvieran a tener su partido, para que los votase quien quisiera, y que el socialismo democrático tuviese su propia agrupación.

lunes, 21 de septiembre de 2009

La perspicacia presidencial

Lo siento. Sé que son preocupaciones pedestres, desprovistas de interés y próximas a la afición por las telenovelas, pero ando un poco entusiasmado con esta inédita batalla entre PRISA y Zapatero. Lo fundamental es no pensar ni por un momento que son motivos ideológicos o políticos, en el sentido más noble del término, los que están provocando el presente desaguisado. A mi entender, todo se reduce a cuestiones de interés empresarial, lo cual desacredita ya de entrada las reacciones y editoriales de El País y la Ser.

Aunque quizá lo haya insinuado ya en otro apunte, conviene insistir en que ninguna conclusión ideológica, a no ser en sentido contrario, puede extraerse de esta lucha entre oligarcas. Por un lado, el diario Público, versión escrita del minoritario sector mediático que cubre Mediapro, dista mucho de ser un periódico al servicio y adulación del presidente, tal y como pretenden sus detractores progresistas. Creo, por el contrario, que no hay medio nacional que no incurra en marginalismo y radicalidad que critique con mayor rigor desde la izquierda a la formación en el poder. Piensen en Reig, antisocialista hasta la extenuación, y en el difunto Ortiz, situado en la misma sintonía, pero reparen también en Escudier, Rosa, Taibo, Amirian, Martín Seco, Navarro, Escudero y un largo etc. Puede que la línea que siguen los editores de la sección política, aun dando cancha a IU, sea excesivamente acrítica con el PSOE y, con frecuencia, gratuitamente caústica con el PP. Pero lo que resulta innegable es que la mayor parte de la masa gris del periódico, aquella encargada de poner en circulación ideas y críticas (no sólo versiones informativas de hechos), se caracteriza por colocarse a la izquierda del PSOE.

Y por otro lado, no conviene caer en la trampa de pensar que Zapatero es más de izquierdas de lo que realmente es, por mucho que medios como Público se empeñen en lo contrario. No digo que no haya realizado gestos de importancia que lo colocan bastante más a la izquierda de lo que, en un país con pesado lastre franquista, es costumbre. Vean si no su reacción el pasado julio frente a la salida de tono empresarial en el diálogo social o su plausible intención de negociar los presupuestos con las fuerzas minoritarias a su izquierda, algo, por ejemplo, que resulta más pecaminoso para un socialdemócrata alemán que pactar con neoliberales o democristianos.

Pero tampoco exageremos. Entre realizar una política de izquierdas (esto es, de mantenimiento y ampliación de derechos sociales, de estricta redistribución de la riqueza, de abolición de privilegios injustificables, de mayor presencia pública en la economía, etc.) empleando una retórica centrista o emplear una retórica izquierdista realizando una política de centro, nuestro perspicaz presidente parece haber escogido esta segunda opción. Si no, a qué vienen esas menciones ideológicas a los 'poderosos' contra los que al parecer combate nuestro gobierno... suprimiéndoles el impuesto de patrimonio o dando patentes de corso a las SICAV. La diferencia es que mientras optando por el primer camino se habría granjeado simpatías izquierdistas y se habría evitado reacciones conservadoras y centristas, eligiendo el segundo se condena a no tener credibilidad en la izquierda --pues la retórica no viene acompañada de hechos sino de gestos y medidas simbólicas--, a escandalizar a los centristas y a facilitar a bajo coste argumentos-consignas a la derecha, que ya lo compara con Hugo Chávez.

jueves, 17 de septiembre de 2009

No más oxígeno

Cumpliendo todos los pronósticos, Durao Barroso, el anfitrión de las Azores, el huido de aquel gobierno portugués nefasto, inepto y al servicio de grupos privados, ha sido reelegido presidente de la Comisión europea. Y a su reelección ha contribuido el voto de los eurodiputados del PSOE, obligados al parecer por expresa consigna de nuestro presidente y por la lealtad que presuntamente todos le deben.

Nuestra socialdemocracia es tan proclive a dar balones de oxígeno a sus adversarios que su condición de formación izquierdista es más que dudosa. El incomprensible respaldo institucional prestado a grupos neonazis, cuya identidad misma es anticonstitucional y por tanto exterior al código de valores sobre el que supuestamente se funda nuestra sociedad, fue la circunstancia que provocó el asesinato de Carlos Palomino. Las tres bajadas fiscales del pasado año, el paso del 45% al 43% en el IRPF, el descenso del Impuesto de Sociedades y la supresión del de Patrimonio, supusieron en conjunto un regalo de más de 10.000 millones de euros a unos sectores que no darían un solo duro por Zapatero y el PSOE. El mismo blindaje de las SICAV frente a las denuncias de la inspección de hacienda benefició a multimillonarios muy poco socialistas. El Ministerio de Cultura subvenciona Razón Española, órgano de propaganda neofranquista. Van a endurecer el estatuto del extranjero vulnerando sus derechos con la vana pretensión de granjearse simpatías conservadoras, cuando para el conservador son los responsables de una inexistente política de puertas abiertas. Y así podría continuar con los ejemplos.

¿Falta de estrategia, exceso de liberalismo o elitismo de la cúpula socialista? Quizá de todo un poco. En este punto, la concepción liberal de la política exhibida por nuestra socialdemocracia no resulta indiferente. Si las decisiones y los acuerdos proceden de la confluencia espontánea y racional entre los intereses no se necesitan medidas contrarias a ningún interés; es más, pueden contentarse todos, primeramente aquellos que cuentan con más relevancia y prestigio, que son en definitiva los que impulsan el desarrollo social.

Pensar que derechas e izquierdas son lo mismo, que qué más da situarse a un lado o a otro para conquistar la justicia, conduce desde luego a creer que en política no existen oposiciones reales de intereses, sino discrepancias aparentes envueltas en la igualdad y universalidad del género humano. Pero como desconfío de las explicaciones idealistas, creo que este factor contribuye sólo parcialmente a la derechización de la socialdemocracia, explicable en cambio por una circunstancia más pedestre y material: la procedencia económico-social de la cúpula del PSOE. ¿Hay algún sindicalista, algún trabajador precario en la cúspide de sus filas? ¿Hay posibilidad siquiera de que alguno de los miembros del gobierno comunique a sus decisiones la experiencia de una biografía obrera? Me da que no, que lo habitual es su plena inserción en nuestra oligarquía económica y cultural.

Con todo, no ya es que crea que ZP sigue siendo soportable en cuanto mal menor, sino que lo que considero insportable es la caradura que muestran derechistas, liberales y progresistas en la persecución que acaban de emprender. Resulta que nuestros conservadores, sofistas disfrazados de custodios de la pureza moral, sienten ahora nostalgia del PSOE de Felipe González y no paran de adular a Pedro Solbes, artífice de esas medidas pro-ricos que han vaciado las arcas públicas. Y qué decir de PRISA, cuya prepotencia se mide por el descaro con el que ataca al gobierno cuando no satisface sus intereses corporativos. Zapatero, en este sentido, cuenta con el mérito, novedoso entre nosotros, de no tener un solo aliado mediático (pues en Público lo condenan sin piedad y sin parar), algo desde luego muy saludable en democracia. Si en 2012 saca once millones de votos se habrá demostrado entonces que la opinión publicada, la propaganda, no sólo no refleja el espectro ideológico de la sociedad española, sino también y sobre todo que ejerce una violencia simbólica indecible sobre ella.

Pero si el PSOE decide dar oxígeno a quienes sostienen una cosmovisión derechista de las relaciones sociales, no por ello han de hacerlo las agrupaciones a su izquierda, únicas defensoras del Estado del bienestar. IU, ICV y ERC debieran negociar duramente la revisión de los impuestos y no entrar a dialogar si no se adoptan medidas progresivas. Y si el gobierno no acepta tales condiciones, que busque un pacto con el PP, para que de una vez se escenifique el acuerdo real que los une. Y si con ello se desgasta aún más, allanando ya el terreno a la próxima victoria democristiana, que quede entonces claro que fue su falta de determinación la que la provocó.

martes, 15 de septiembre de 2009

¿Fiscalidad improvisada?

No es por resultar agorero, pero con motivo de una derrota fulminante de Gordon Brown, pronostiqué en estas páginas que la mal llamada socialdemocracia o la con más precisión denominada centroizquierda, o social-liberalismo, no suscitaban sino rechazo artificial en sus oponentes, escaso entusiasmo entre sus seguidores y resignación propensa al abstencionismo entre sus hipotéticos simpatizantes críticos. Las elecciones europeas no hicieron sino confirmar este diagnóstico. Y el arranque del curso político, con la creación forzada y simplista de una imagen perdedora del gobierno, empuja a creer que es tan ajustado que de celebrarse elecciones inminentes asistiríamos al retorno de los conservadores.

En la medida en que constituye un insulto a la inteligencia, por lo simplificador y propagandista, huyo de esta nueva representación del gobierno, difundida desde el nacionalcatólico ABC hasta el progresista El País, en la que aparece declinante, desorientado, exangüe y sin fuelle. La presencia de intereses materiales muy tangibles y no atendidos por el gobierno en el caso de PRISA, y la consueta tendencia a demonizar al adversario de aquellos que se tildan de responsables y sensatos, o sea, los liberal-conservadores, hace que dicha imagen se corresponda muy poco con la realidad, que sea una instantánea que, como todas las creaciones del espectáculo, se disuelva tras unos meses, si es que el otoño no se le tuerce al presidente entre la gripe y el paro.

Pero existen sin embargo algunos datos que invitan a creer que, efectivamente, estamos ante un gabinete pródigo en medidas improvisadas. Juan Carlos Escudier, uno de los pocos periodistas que se toma el trabajo de documentarse, escribía este domingo que el Estado, según los datos de la Agencia Tributaria, había dejado de ingresar en 2008 cerca de 20.000 millones de € por las audaces apuestas tributarias planteadas la pasada legislatura, algunas de ellas aprobadas en plena campaña electoral. Lo mejor --o sea, lo más esclarecedor--, no es que a esa cantidad haya que agregar más de 1.500 millones procedentes del recién suprimido impuesto del patrimonio, sino que su mayor parte proviene de haber rebajado el tipo mínimo del IRPF del 45 al 43% (2.400), de haber también aligerado el impuesto de sociedades (5.500) y de los famosos y estériles 400€ (4.100). Es decir, que si sumamos esas cantidades (incluida la de patrimonio), montantes que no responden al principio de progresividad, benefician a los más pudientes y financian el consumo de más bajo rango de modo indiscriminado, obtendríamos un importe de 13.500 millones, casi la totalidad de lo que el gobierno dice necesitar para sufragar su inverosímil política social.

De acuerdo, las cuentas anteriores puede que tengan trampa, pues en 2009, con el consumo y la actividad económica por los suelos, probablemente no se habría recaudado lo mismo por sociedades ni por IRPF, pero convendrán conmigo en que, de no haberse realizado esos injustificados retoques a beneficio de unos pocos, se necesitaría bastante menos pasta de la que hoy reclama el Estado para sufragar sus gastos corrientes. Y también concordarán si afirmo que ese agujero, creado en buena parte por el mismo gobierno, se va a cubrir ahora con una fiscalidad de lo más reaccionaria, subiendo el IVA y los impuestos especiales y gravando las rentas del capital del mismo modo que actualmente, es decir, de una manera en absoluto progresiva con un tipo único.

La cuestión es si todo este desbarajuste, traducido en la práctica en la enésima transferencia de renta desde las clases bajas y medias (dentro de las cuales no entra quien goce de una renta per cápita de más de 50.000€, como pretende el PP con su extensivo y doctrinario concepto de la clase media) a las más altas, es producto de la improvisación o el objetivo cumplido de un plan premeditado. Concedo incluso que Zapatero, animado por quienes hoy le abandonan a rebajar impuestos cuando quedaba todavía mucho por hacer en sanidad, educación e infraestructuras, ni siquiera haya reparado en el resultado final de su ristra de medidas. Pero me creo menos que los gabinetes de economistas y expertos a sueldo de las corporaciones no discurran a medio y largo plazo, pues bastaba con ser un cuidadano de a pie para saber que la crisis iba a arreciar mientras el presidente anunciaba sus cheques electorales.

PS 1. Ando comprando un coche para sustituir el mío, que tiene más de nueve años. Está siendo un buen experimento para contemplar la desembocadura de las ayudas directas del Estado: si antes costaba un coche 18.000€, tras la financiación pública de 2.000€, ha pasado a costar 20.000€, pero, eso sí, con un descuento de 2.000 para aquellos que entreguen su desvencijado automóvil. Lo que no duró más de tres meses fue el desconocido Plan VIVE, que financiaba con créditos del ICO de 10.000€ a siete años sin intereses la compra de tu vehículo. Adivinen por qué: pues sencillamente porque el negociete de 3 o 4.000€ que genera la financiación de parte del precio de cada coche quedaba fulminado. Seguramente bastó con una llamada de Botín para cortar de raíz la iniciativa.

PS 2. Una curiosidad: consultando la base histórica del BOE topo con la ley que creó la SGAE. ¿Saben de qué año era?: de 1941, ¡toma ya corporación franquista reiventada por el socialismo de salón!


miércoles, 9 de septiembre de 2009

Sin Estado

Italia me condujo a El Salvador, y ahora todo lo que pasa allí es de mi interés. En el Salento, disfrutando de la indeleble experiencia de la Erasmus, conocí a quien hoy es, además de entrañable amigo, un recio y valiente peridodista que ejerce su profesión en aquel país centroamericano. De su mano, como sabe quien a este blog se acerque, llegué a un semanal salvadoreño en el que contribuí por vez primera a un medio periodístico con mi palabra escrita. Hoy, esa valentía de la que hablaba, le ha empujado a dejar la seguridad de su revista para dedicarse 'a vender su arte', entre otras cosas realizando reportajes de periodismo literario sobre asuntos de penosa actualidad.


No pude entonces dejar de recordarle, y de escribirle, cuando supe del fallecimiento de Christian Poveda, reportero y fotógrafo, no casualmente hijo de exiliados, cuyo objetivo ha estado siempre próximo a los puntos más calientes de Centro y Sudamérica. El Salvador, desde luego, debía de conocerlo bastante bien, porque además de indagar a fondo en el fenómeno de las maras, cubrió por entero su prolongada y cruenta guerra civil, la cual dejó miles de muertos a sus espaldas y sigue determinando hoy, por desgracia, la vida pública (sin ir más lejos, el oponente de Mauricio Funes, el candidato derechista por fortuna derrotado, era miembro de la policía política y poco menos que asesino confeso en los duros años de la posguerra).

La paradoja, como me decía mi amigo, quien por cierto conocía directamente a Poveda, es que ha muerto a manos de quienes defendía y victimizaba. Veo con Danae algunos fragmentos de su documental La vida loca y no puedo menos que pensar que, entre otros problemas, la violencia exasperante, la inseguridad crónica y paralizante que envuelve a buena parte de los territorios latinoamericanos remite directamente a la existencia, concepto y extensión de la vigencia del Estado por aquellos lares. Por muy reaccionario o conservador que parezca a ojos occidentales, lo que a mi juicio falta en la mayoría de los países latinoamericanos es un Estado fuerte, lo cual implica necesariamente ponerse de acuerdo en qué significa eso de un Estado fuerte. No, desde luego, un Estado militarizado, que tienen de sobra y suele ser por el contrario síntoma de debilidad institucional, sino más bien una institución con la suficiente infraestructura, pero también con la suficiente potencia y legitimidad, como para expropiar sin contemplaciones a la ciudadanía del uso de la violencia, como para erradicar la justicia privada, siempre tan bárbara e irracional.

No se trata, pues, de confundir el Estado con una institución destinada a garantizar por la violencia el orden público, que suele equivaler a la seguridad de unos cuantos privilegiados, pues de ese modo se reduce a su lado represivo y queda, por tanto, sin cubrir el indispensable aspecto preventivo que también requiere la garantía eficaz de un mínimo de paz social. Tampoco se trata, en el otro extremo, de victimizar a quienes también son verdugos y de pensar que todo se consigue con educación y oportunidades. Y tanto mal hace que el Estado carezca, por falta de infraestructura, autoridad y personal, de suficiente fuerza impositiva, como que esté desprovisto, también por falta de medios y por ausencia de propósito, de un básico sistema de protección social que permita la supervivencia, la ilustración y la forja de proyectos personales.

Pero tanto en un caso como en otro el motivo es idéntico: el Estado no se ha diferenciado de la sociedad y refleja nítidamente las pulsiones de grupos privados que, caso de verse acosados por tentativas estatales de despegue, reaccionan con rebeldía, violencia y, en última instancia, golpes terroristas. Falta allí una institución que, por representar a la generalidad, pueda desvincularse de particularismos privados, un Estado que tenga una policía con sentido cívico más poderosa que las bandas juveniles, pero también que cuente con un entramado protector que deje expeditas otras rutas más satisfactorias para el desarrollo personal que la muerte, la prisión y la violencia. Y si no lo hay, no es culpa desde luego de las maras, sino resultado tanto de la herencia colonial como de la falta de sentido público de sus sucesivos gobernantes.