miércoles, 21 de octubre de 2009

En clase de alemán

Ando liado desde hace tres años a ver si logro sacar de una vez el título de alemán en la Escuela Oficial de Idiomas. No crea el lector que uno es tan torpe como para repetir dos veces el mismo curso. El motivo es que entre mis clases y los desplazamientos me ha sido imposible asistir durante dos años seguidos. Y ahora, algo más descargado y con una estancia planificada en Frankfurt el próximo verano, creo que es el momento oportuno para lanzarse a por el título.

La cuestión, sin embargo, nada tiene que ver con mi organización curricular. El asunto es que uno, por muy variados que sean los escenarios en los que se desenvuelve, no puede descargarse de su deformación profesional. Los anteojos del análisis socio-político (e histórico) de lo que me rodea hace que a veces me interese más el aspecto ideológico de los previsibles libros de idiomas que su contenido lingüístico. Y algo de eso me ocurrió el pasado lunes en clase de alemán.

El tema que estábamos tratando versaba sobre la amistad y los héroes a los que admiramos. En la práctica de conversaciones, teníamos que preguntar a nuestro partner cuáles eran sus ídolos en la historia y en el presente, qué preferencias tenía a la hora de organizar su tiempo, cuáles eran sus tareas predilectas y sus momentos preferidos del día. Prácticamente sin excepción, todos los estudiantes dieron respuestas relacionadas con su existencia privada y familiar: que si mis héroes son mi padre y mi madre, que si lo más importante para mí es la familia, que si el trabajo era sólo un medio para vivir, que si el mejor momento de la jornada es cuando llego a casa y veo la tele, practico mis hobbies o juego con mis niños, etc.

La esfera pública o la profesión como vocación vital estuvieron por completo ausentes. La dimensión cívica del sujeto parecía no existir y ni siquiera afloró la contradicción entre esta perspectiva tan privada y familiar y el hecho, que a todos ocurría, de tener que sufrir jornadas de trabajo interminables que alejaban del círculo de parientes y amigos. Creía comprobar en esta anécdota hasta qué punto está desmantelada la dimensión ciudadana de la existencia (vid. sobre el particular el magnífico artículo de Enric González de hoy), cómo los sujetos posmodernos se recluyen en su más estrecha esfera vital percibiendo su entorno económico y político como destino, como irremediable fatalidad cuyo curso en nada pueden alterar y de la que se lamentan resignados en compañía de su mujer, sus amigos o de la pantalla de su ordenador mientras escriben desahogos en su blog...

Lo curioso es que, por contraste, el contenido de los textos y las audiciones del libro de alemán señalaba en una dirección justamente opuesta. Ejemplificando la heroicidad figuraban de Marie Curie a Martin Luther King y mostrando tareas que llenan nuestras existencias comparecían voluntarios que ayudaban a discapacitados. Me pregunto si con esta discrepancia estaba yo apreciando una divergencia de valores de naturaleza generacional, ya que los autores del manual probablemente fuesen mayores que los estudiantes de mi curso, o bien una discordancia nacional, mostrando la cultura alemana su mayor preocupación tanto por la esfera pública como por el trabajo vocacional. ¿Qué piensas tú, estimado lector?

sábado, 17 de octubre de 2009

El coste político nulo de la corrupción

La política española parece estar en estado de putrefacción. De Cataluña a Madrid pasando por Mallorca y Valencia y desembocando en Almería no parece haber corporación representativa y partido político que se salve del germen de la corrupción. Y si nos guiamos por la espléndida y visionaria película de Enrique Urbizu, La Caja 507, habremos de concluir que lo que estamos contemplando no es más que la punta del iceberg, el ruede necesario de cabezas para dar apariencia de legalidad a este chiringito con el fin de que pueda continuar funcionando.

A mi juicio, el mal de fondo no es sino el afán expansivo de enriquecimiento personal que caracteriza la moral neoliberal, aquella que agrediendo al liberalismo soslaya los valores del sacrificio, el trabajo y la responsabilidad. Una ética absorbente de beneficio privado no puede menos que mellar la cosa pública, que corroer la honestidad indispensable para el desempeño de cargos públicos. Aquí, como en tantas otras cosas, el neoliberalismo reniega de sus raíces, para las cuales los puestos representativos eran siempre interinos, rotatorios, provisionales y, por supuesto, ajenos a cualquier actividad dirigida al beneficio privado.

Algunas almas cándidas e irrealistas, como la del poeta García Montero, se escandalizan ante el hecho, llevado al paroxismo por el nuevo césar Berlusconi, de que los alcaldes y demás políticos corruptos revaliden sus mayorías absolutas para escarnio de la ética y la democracia. No hay, empero, contradicción alguna entre estas victorias renovadas, interesadamente interpretadas como beneplácito y sanción populares de la corrupción, y la democracia tal como está instituida entre nosotros. Lo único que con ello se pone de relieve es hasta qué punto la democracia entendida como participación y fiscalización de la cosa pública se opone al liberalismo capitalista que exaspera la lógica del beneficio privado. Si un político descuida su responsabilidad pública para enriquecerse no estará más que ejecutando la ética predominante en la sociedad, la cual, en un acto de coherencia impecable, le absuelve, mucho más si con su labor corrupta ha forjado una red de inversiones, intereses e iniciativas extralegales de la que disfruta buena parte de la comunidad. Ya conocen el caso del municipio italiano gobernado por mafiosos precisamente porque eran los únicos capaces de garantizar la seguridad ciudadana.

Mas no sólo la economía oblitera la autorrealización de la democracia. También el mismo sistema político la bloquea. Resulta irónico comprobar cómo los intelectuales orgánicos se lamentan de la inmovilidad del voto de los españoles. Cuando eran los socialistas los corruptos, parecían no comprender por qué no se pasaban en masa al partido conservador; hoy, cuando éste padece la corrupción, parecen haber enmudecido, siendo ahora los socialistas los que lamentan que no haya sangría alguna de votos en la formación democristiana. Eso, hablando en plata, se llama invitar al chaqueterismo. Nada tiene de extraño que un socialista, por muy corrupto que sea su partido, no vote jamás a los conservadores, accediendo como máximo a la abstención, igual que, en sentido contrario, un ferviente católico derechista nunca dará su apoyo al PSOE por muchos que sean los delitos cometidos por sus dirigentes.

Conclusión: el bipartidismo asfixiante contribuye también a que no exista en la práctica el riesgo de que la ciudadanía pase seriamente factura por los abusos cometidos en el ejercicio del poder. Por eso es tan vital para nuestra democracia que UPyD e IU, pese a sus imperdonables errores internos, crezcan y se consoliden, para que al menos así nuestro modelo político no esté abocado a una triste disyuntiva entre la corrupción o la indiferencia resignada.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Debate con Non Sola Scripta sobre los intelectuales, el capitalismo y el Estado del bienestar

Si ayer colgaba el diálogo mantenido en la red sobre el mercado, hoy transcribo un debate con el mismo autor y casi sucesivo en el tiempo acerca de los intelectuales, el capitalismo y el Estado del bienestar. En esta ocasión, el post que suscitaba la polémica trataba de un hábil artículo de Robert Nozick sobre los motivos del supuesto resentimiento de los intelectuales con el sistema capitalista. A los contenidos del artículo respondían dos blogueros, deduzco que profesores de historia, llamados Cayetano y Javier, interpretando el primero, con visible candidez, que la cantidad de intelectuales críticos con el capitalismo es un buen índice para apreciar la irracionalidad de éste, y replicando el segundo que es natural dicho resentimiento desde el punto y hora en que la industria cultural, más que cultura, mercadea y difunde bienes de consumo sin densidad intelectual y, por si fuera poco, arrincona a las disciplinas humanísticas desprovistas de valor utilitario. Y ahí arrancó el debate, que me permito editar en algunos puntos que se fueron dejando en el camino:

NSS

Nótese lo extraño de la argumentación: el mercado (o "sociedad capitalista") tiene poco que ofrecer a los intelectuales de peso, dado que sólo le interesa lo que vende mucho. Pero resulta que el mercado es, simple y llanamente, la gente. Si a la gente no le interesa un autor, ¿qué debemos hacer? Declararlo, desde nuestro criterio particular, valioso y, acto seguido, subvencionar sus creaciones?

No se nos debe olvidar esto: el mercado no es ninguna entidad, es el término abstracto con el que nos referimos a lo que la gente intercambia. La argumentación vendría a ser, pues, la siguiente: los intelectuales (buenos) desprecian a la gente porque ésta, en su mayoría, no los aprecia.
Por otro lado, qué poca confianza en la gente (¿asoma aquí, quizás, el llamado por los liberales "miedo a la libertad"?). No creo yo que los autores sobre los que hay bastante consenso en su valía hayan hecho sus fortunas con subvenciones; más bien creo que García Márquez, Rorty o Chomsky, vendieron muchos libros. Incluso fuera de Cuba.


Javier

Primeramente creo que muchos intelectuales son críticos con el capitalismo por convicciones propias. Cuando digo que el capitalismo tiene poco que ofrecerles es porque el mercado tiende a primar los conocimientos prácticos y rapidamente aplicables que reporten ganancias por encima de los teóricos y especulativos.

Por otra parte, algunas de las afirmaciones de Nozik son curiosas. Por ejemplo dice que a diferencia de los intelectuales los empresarios no echan la culpa al mercado de sus fracasos. Ignoro de que lugar es Nozik, pero en lo que conozco siempre le echan la culpa: a los bancos que no prestan dinero, al Estado que no dá ayudas, a los trabajadores que ganan mucho, y se agrupan en asociaciones para presionar en su beneficio.

También me llama la atención que diga Nozik que los intelectuales quisieran que la forma de promoción en la sociedad fuera como en la escuela, donde no prima ni la intrepidez, ni la valentía. Esto además de ser un ataque injustificabe al valor del esfuerzo personal, nos dá pie a observar algunos de los ejemplos de promoción en la sociedad capitalista de nuestros días, pienso en Paco "el pocero", sin duda persona intrépida y valiente y que en su momento seguro que supo arriesgar y jugar fuerte para labrarse su ascenso y ni siquiera tuvo que pasar por el Instituto.

Quizás es que los intelectuales, creen que la sociedad puede tener otros modelos y aspirar a otros valores que los que ofrece el mercado.


DT

El artículo extractado reproduce postulados discutibles: aunque históricamente tengan relación, la libertad de crítica que canaliza la labor intelectual no es inescindible del capitalismo, como tampoco las sociedades socialistas, por muy aberrantes que resultasen, eran ajenas a la meritocracia y a la promoción, si ésta no se identifica con la acumulación de capital. También es una generalización discutible el que en la esfera intelectual prime casi en exclusiva la promoción por los méritos como en la escuela. Mediada como está por las otras esferas, entre ellas la económica o la política, no siempre y ni siquiera con frecuencia se distingue el mundo de quienes producen cultura por la economía del mérito.

Pero es que además niego la mayor: precisamente por esa mediación de la esfera económica, yo lo que encuentro es una complacencia masiva de los intelectuales con el capitalismo. En ese sentido, Nozick emplea un concepto anticuado de intelectual, como representante de la razón frente a un mundo irracional. Hace ya tiempo que se acuñó la figura del intelectual orgánico o de criadero, especie que hoy abunda.

Aunque el buen Cayetano estime lo contrario, sólo hay que abrir la prensa, escuchar la radio, leer ensayos o ver la tele para apreciar que, a diferencia de en los años setenta u ochenta, la abrumadora mayoría de los intelectuales, ya sean de procedencia social-liberal o liberal-conservadora, están encantados con el capitalismo, hasta el punto de que consideran aberrante o ilusa cualquier alternativa.

El motivo de la inflexión es meridiano: posiblemente la Francia o la Alemania de los intelectuales anticapitalistas fuese una consecuencia occidental de la ordenación económica oriental, mientras que después de 1989, el campo de los intelectuales se ha reestructurado y adaptado a las nuevas reglas para poder continuar reproduciéndose. En este punto Bourdieu resulta esclarecedor: la difusión masiva de la doctrina neoliberal, más que a su racionalidad interna, obedece a todo el aparato material que la sustenta y hace posible.

Y con eso llegamos a las respuestas de NSS a Javier. Desde luego, no se le puede reprochar que no razone con lucidez y cartesianismo. Lo que ocurre es que a fuerza de simplificar se desdibuja la realidad y se da de ella un retrato sesgado e interesado.

El mercado es la gente intercambiando mercancías fruto de su trabajo y su emprendimiento, viene a decir en su réplica. El mercado, por el contrario, es también la guerra en el Congo por el coltán, ha sido y sigue siendo colonialismo, es hoy fundamentalmente especulación sin intercambio de bienes y servicios, es, junto a una demanda que determina la oferta, una oferta que intenta construir con medios de presión una demanda que la haga viable, y es, por supuesto, una realidad en la que los miembros de eso que define como gente no se hallan previamente en pie de igualdad sino en situaciones de objetiva desigualdad (cultural y económica).

Dos son los rasgos subyacentes a esa representación amable y falsa del mercado. El primero es un notorio anacronismo: el discurso economicista no ha salido de las categorías deciochescas construidas, claro, para un mundo principalmente de artesanos, pequeños productores y comerciantes y profesionales libres que no predomina en la actualidad. Y tales parámetros anticuados no es que no sirvan para explicar el mundo económico actual, es que su función expresa es ocultarlo.

El segundo motivo es algo más teórico. A fines del XIX hubo una revuelta contra los historicistas que dominaban las escuelas de economía. El giro que se experimentó por entonces, imprimido brillantemente por Weber, se saldó con una formalización del discurso económico. La economía, para ser ciencia, había de ser capaz de pronosticar más que de denunciar moralmente, como hacían los historicistas. Por lo tanto, tenía que encontrar leyes formales que, aun sin ajustarse a la realidad empírica debido principalmente a su abstracción, fuesen capaces de predecir los acontecimientos futuros y orientar la acción de los políticos. Pues bien, esa imagen formalizada del mercado, que Weber no cesaba de decir que no podía suplantar a la realidad ni ejercer de utopía, ha pasado de ser un instrumento de la ciencia a una presunta descripción de la realidad.

En ese sentido, Javier tiene toda la razón al mostrar sus suspicacias frente a las estrategias de la industria cultural. En la medida en que la oferta crea su propia demanda -y buenos medios que tiene para ello-, resulta ingenuo, o malévolo, negar que existen productos culturales prácticamente impuestos por las corporaciones. (Una curiosa variante capitalista de la planificación)

La réplica de NSS podría ser la siguiente: el individuo es libre para, por mucha presión a la que le sometan, negarse a consumir tal o cual cosa. Utilizaría de nuevo el concepto sin mediaciones, puro, y por tanto inexistente, de libertad tan caro al liberalismo. Ni existe el consumidor perfecto (como tampoco el dialogante perfecto de Habermas), pues no se cuenta con los recursos e informaciones para tomar la decisión más racional, ni tampoco la libertad es una premisa, sino más bien un resultado y una conquista.

Resultado y conquista que sólo son asequibles cuando las necesidades más elementales (del alimento a la vivienda, de la formación a la salud, de la autonomía financiera a los derechos fundamentales) están satisfechas. Y como esto no ha sido capaz el capitalismo de conseguirlo siquiera por asomo (el Estado social no es desde luego su creación, sino su rectificación frente al peligro comunista tras una dramática guerra), sino que más bien hace muestras permanentes de negarse a ello, he ahí la razón fundamental por la que yo sí soy crítico con sus postulados.


NSS

Se mezclan las cuestiones de si el liberalismo es justo y la originaria de por qué los intelectuales son mayoritariamente anticapitalistas. El mercado, para funcionar bien, es decir, dándole a la gente la libertad de elegir sus transacciones y no ser estafada, debe hallarse en un marco regulatorio fuerte. Yo no tengo miedo en ese sentido a la regulación, es más, la exijo. El ejemplo del Congo, por ejemplo, es el caso de lo que sucede cuando se vive en la anarquía; bandas asesinando por arrebatar minas y materiales, legislación laboral inexistente, tráfico y trapicheo de todo tipo. Sujetos adultos y bien informados (hay, ya, educación obligatoria hasta los 16 años) escogerán de acuerdo con sus preferencias (racionales o caprichosas, a mí eso me es indiferente).

Habrá siempre imperfecciones en el mercado, claro, como que el ser humano no es perfecto; pero no veo dónde nadie debe estafar a nadie. ¿Se genera una demanda artificial? Ése es el arte de la mecadotecnia, ¿y? Ya decía Sócrates, ante los tenderetes de los mercaderes: "Hay que ver cuántas cosas hay que no se necesitan".

No he defendido la teoría de Nozick, dije que me parece muy original y que llevo años reflexionando sobre ella. La idea intuitiva de todos es que, como dice Javier, los intelectuales son anticapitalistas "por convicciones". La idea sería algo así como: dado que hablamos de la gente menos materialista de entre los humanos, es normal que no les complazca un sistema mercantilista y materialista por definición. Nozick introduce otra reflexión, y me parece que tiene visos de ser correcta, al menos en parte. DT no acepta la mayor, y entonces el resto de argumentación sobra. Yo sí la acepto, váyase a una facultad de humanidades y a una de ciencias, a un departamento de educación secundaria de humanidades y a uno científico; creo que la estadística arrojaría un ánimo anticapitalista entre los de corte humanísitico. Y Nozick no invita a cambiar el sistema de calificaciones de las instituciones educativas, sólo señala que resulta inevitable que con ese sistema se genere, entre los mejores, una actitud anticapitalista. Por cierto, en 1997, De Jouvenel publicó unas reflexiones similares a las de Nozick. Decía Jouvenel: "Puesto que la misión del intelectual es hacer comprender a la gente que son verdaderas y buenas ciertas cosas que antes no reconocía como tales, encuentra una fortísima resistencia a la venta de su propio producto y trabaja con pérdidas".

Donde sí discrepo profundamente, para terminar, es en que las conquistas del Estado de Bienestar, o algo similar, se realizaron por rectificación de los liberales ante el peligro comunista. Puede ser como miedo de partidos aún de notables ante revueltas obreras, pero, en todo caso, es Bismarck quien instala en Europa el sistema de subsidios, educación y sanidad más adelantado de toda Europa.

Y, por cierto, mi realismo científico no puede aceptar una diferenciación weberiana entre un modelo o teoría para conocer la realidad y la realidad misma. Si la teoría funciona, es un indicativo de que es verdadera (aunque puede no serlo aunque haya funcionado hasta ahora), y si es verdadera, es que describe la realidad. Me comprometo aquí con una teoría de la correspondencia: si una oración es verdadera, es que la realidad es como ésta describe. Lo demás es un instrumentalismo inaceptable.


DT

Bueno, me alegro de debatir con un liberal empedernido, para que sea muestra del contraste entre dos tipos contrapuestos de discurrir. Respondo a tu manera, enumerando cuestiones:

1) No hay mezcla de asuntos alguna. Hay sencillamente dos asuntos separados. El primero, el que trata del artículo de Nozick; el segundo, el que trata sobre el concepto de mercado con el que, en un típico gesto liberal (¿miedo a la libertad?; el mercado es inocente, etc.), respondías a Javier.

2) Sobre el primero, o bien estamos empleando un concepto excesivamente laxo de intelectual, que comprende hasta al último profe de instituto de filosofía, o bien erramos el diagnóstico, que es lo que sostengo. Y a lo mejor me equivoco, pero por lo que he podido aprender sobre el particular (Bauman, Said y otros tantos que han reflexionado sobre el intelectual) creo que el concepto de éste es algo más estricto y exige mayor poder de conformación de la opinión pública que el que ostenta un profe de secundaria.

3) En relación también al artículo, quizá transmitas una contraposición demasiado simplista entre el intelectual que trabaja con ideas y por tanto es idealista versus el científico que trabaja con probetas y por tanto es realista. No digo que no pueda existir esta tendencia, lo que acaso sí haya que puntualizar es que se puede ser intelectual y profundamente materialista, ejemplo que fue abundante en los ochenta y que, oh casualidad, coincidía con la mayor militancia anticapitalista de la intelectualidad (con visibilidad pública)

Y continuemos ahora con el asunto del mercado, sobre el que planteas en tu respuesta tres puntos si no leo mal: el tema de la regulación, la problemática del Estado social y el asunto de cómo conocer el mercado científicamente.

1) Sobre lo primero, como sabes, poco tengo que añadir. El mercado no sólo es inseparable de la legislación, sino que es un producto en buena parte de ésta. ¿Qué sería del mercado libre sin los decretos y leyes que desvincularon la propiedad y la hicieron individual e intercambiable? La regulación es imprescindible, como dices, para dotarlo de seguridad, sin la cual no marcha, y también es conveniente para aplacar sus consecuencias nocivas (tanto en seres humanos como en la naturaleza). ¿Pero ha de ser la legislación sólo una prolongación del mercado? Probablemente para alguien que reduzca al hombre a su dimensión económica, sí, pues lo restante pertenece en su mayor parte a la órbita de la moral, la religión, la familia y los usos sociales. Para quienes por el contrario creemos que el interés no se reduce a una necesidad económica, no, pues sostenemos que el deseo también implica una pulsión por transformar la sociedad, un anhelo de justicia.

2) El Estado social de Bismarck. Sobre esto, estimado amigo, podríamos discutir largo y tendido, porque confieso que es asunto de mi trabajo como investigador. Le apunto sólo cuatro matices, que quizá le ayuden a distinguir entre aquel modelo y el del Welfare State: en primer lugar, la extensión era diversa, pues aunque incluyese seguros (por accidente, por enfermedad, etc.) y pensiones, no llegaba, como ud. dice, a asegurar el derecho a la salud y a la educación; en segundo lugar, era en buena proporción la estatalización de la beneficencia, de modo que funcionaba mayormente con capital privado o sociedades de cooperación, incluyendo en no pocas ocasiones el deber de devolución de las prestaciones recibidas; en tercer lugar, era un modelo indisociable, no ya de la conjura del peligro socialista, que también, sino del control social del movimiento obrero y de los focos de pobreza y marginalidad; y en cuarto y más importante lugar, era un modelo diseñado, impulsado y aplicado por el gobierno, es decir, por el poder ejecutivo (a veces por el ministerio de gobernación, el encargado de la policía), con lo que ello conllevaba de discrecionalidad y de falta de tutela judicial, mientras que el Welfare State es un modelo que desarrolla derechos sociales de rango constitucional y que implican la participación del trabajador en la fijación de las condiciones laborales.

3) Estoy de acuerdo en que lo de Weber es razón instrumental, pero, hasta donde alcanzo a conocer, esa es la genealogía del saber económico reciente. El gesto es claramente kantiano: como la realidad en sí es incognoscible, lo que importa es un método capaz de hacernos llegar a resultados satisfactorios. Y desde luego que fue capaz, lo que ocurre es que, al intentar reducir a leyes abstractas lo que está compuesto de voluntad y azar, la economía como ciencia no deja de fallar, de necesitar teorías ad hoc, añadidos, agregados y alteraciones, como ocurrió en la crisis de los setenta u como ocurre ahora. Pero mi puntualización quería solo ponerle de relieve que su concepto de mercado, abstracto, formal e irreal, tiene esos antecedentes y desde luego no se identifica con una teoría que describa la realidad tal cual es, al no comprender fenómenos como los del Congo.

Y es que, en su análisis de esa problemática, extensible a otros campos del intercambio mercantil, se hace plausible hasta que punto es es reducido e inservible su concepto del mercado como gente intercambiando bienes en armonía y libertad. Lo del Congo no es un asunto que tenga que ver con la anarquía de un Estado que no sabe gestionar sus cosas. Antes al contrario, desde su misma entidad como Estado hasta la extracción del coltán para bienes de consumo en Occidente, lo que allí sucede no se comprende sin la actividad de los países desarrollados.

Si usted cree que lo que allí, como en tantos otros sitios, ocurre pasa con independencia del mercado, entonces creo humildemente que se equivoca; si por el contrario piensa que tanto allí como en tantos otros lugares explotados por empresas radicadas en países 'desarrollados' habría que extender una regulación que garantizase la seguridad jurídica, derechos laborales y prestaciones sociales, entonces estoy de acuerdo con usted, pero sepa que de ese modo se cargaría el capitalismo tal y como está instituido y se opondría frontalmente a un sistema que en apariencia glorifica.


NSS

¿Liberal empedernido? Podría serlo, desde luego, pero me temo que ahí sí caemos en el simplismo. Yo, desde luego, no me definiría así. En todo caso, al catalogarme a mí de tal y añadir que así se produce el contraste entre dos maneras contrapuestas de discurrir, ¿debo inferir que hablo con un "socialista empedernido"? En fin, ¿qué importan las etiquetas, verdad?

Yo no sé lo que piensa "hasta el último profe de filosofía de instituto", pero estoy contigo en que Nozick sí emplea el término en un sentido excesivamente laxo. (O excesivamente restrictivo, en el artículo da la impresión de que habla de docentes secundarios y universitarios, de ahí ese comentario mío). Yo no comulgo del todo con la idea de Nozick; insisto en que la califiqué de teoría original, y me parece, también, atrevida, ¿cuánto de verdad tiene? Pues este debate me está ayudando a pensar sobre ello.

¿Intelectuales materialistas? Por supuesto, una larga lista de nombres en la historia, desde el S. XVIII especialmente. ¿Justo los cientificistas, por decirlo así, eran anticapitalistas? Bueno, el marxismo, de hecho, se reclama materialista científico. Con todo, respecto a esta estricta catalogación que a todos nos puede tentar, le aconsejaría que, como decía Ortega, no utilizara redes de antaño para pescar peces de hogaño. Continúe rebatiéndome; a mí o a mis entradas.


DT

Hombre, la verdad es que, tanto por sus autoridades (Rodríguez Braun, Nozick, Jouvenel...) como por sus ideas, creo que de forma laxa puede identificársele bajo la etiqueta de liberal, así como a mí puede identificárseme como socialista si evitamos la deriva comunista y si añadimos como componente fundamental la democracia. Y, claro, cuando hablo de socialismo democrático no me refiero ni por asomo al social-liberalismo en que ha devenido la socialdemocracia europea, como tampoco al comunismo; me refiero, por tanto, a un espacio que en España, desde el punto de vista parlamentario o partidario, carece de voz propia, por desgracia.


NSS

Muy interesante lo que apunta sobre el Estado en época de Bismarck, Dick, espero que lo continúes desarrollando.

Respecto a mi etiqueta (aunque esto es lo que menos interesa aquí, a uno puede inquietarlo), continúas hablando del "sistema que glorifico" (capitalismo) o de mis autoridades e ideas. Bueno, no tengo autoridades y mis lecturas son variadas, aunque entiendo que he dado pie a ello por las que he introducido hasta ahora. Insisto en que comparto la premisa básica de Marx: el sistema de mercado nace con la mácula de que muchos sujetos sólo disponen de su fuerza de trabajo para subsistir y, desde ese momento, quedan en manos de los propietarios de los medios de producción (digamos hoy, mejor, empresas). Creo que si se me aplica a mí, partidario de una sanidad y educación públicas, una cierta redistribución de la riqueza y una regulación tan fuerte como haga falta, la etiqueta de liberal, ésta queda vacía de contenido.

Pero, por otro lado, creo que lo que sucedió en el mundo con el socialismo, o sigue sucediendo, obliga a extraer unas conclusiones de tipo económico, político y, si me apuran, incluso filósofico y antropológico, que mucha gente, aún, se resiste a extraer. ¿Y qué decir de Suecia? El ejemplo de que debemos anteponer lo posible a lo bello: el Welfare State, en su tendencia a la hipertrofia, acaba desmoronándose.

Tras ver lo que en el mundo ha supuesto el socialismo, soy de los que no entiendo cómo se puede aplicar de forma peyorativa el calificativo de liberal y, no obstante, que el de socialista mantenga su aura de excelencia moral.

Confieso no entender a qué se refiere con un socialismo sin deriva comunista, añadiendo la democracia, pero lejos del social-liberalismo. Confío en que se explique.


DT

Lo de seguir desarrollando asuntos como la historia de las políticas sociales lo dejo para mi labor profesional. Y lo de explicarme, lo hago encantando con la máxima brevedad. Si por sistema liberal y capitalista entendemos el que se practica en la Europa y Norteamérica decimonónicas y en el s. XX, creo entonces que estamos ante un modelo con las manos bien manchadas de sangre, tanto por la exclusión que practicaba en la política interior como por la opresión -incluidos campos de concentración- que ejercía en su política exterior colonialista. Por eso, por su vecindad con dictaduras y prácticas genocidas y por su continuada propensión a dar prioridad a los derechos patrimoniales sobre las libertades personales, por eso, digo, están más que fundamentadas las suspicacias frente a ese liberalismo tan enemigo de la libertad (de todos).

No social-liberal porque entiendo que la tercera vía de González, Blair, Giddens, etc. no es socialismo sino liberalismo atemperado con medidas paliativas. No comunista porque, junto a la desastrosa, genocida y totalitaria experiencia de los sistemas comunistas, creo indispensables el pluralismo político, cultural e ideológico y la iniciativa privada, dos bienes valiosos que los comunistas suelen negar. Socialista principalmente por aquello de Oscar Wilde: sólo con las necesidades básicas resueltas puede germinar y florecer el individuo. Y eso implica sustraer a las reglas del mercado determinados campos productivos. Y demócrata radical (y constitucional) porque creo en la soberanía popular (limitada por los derechos), la cual sólo puede manifestarse en un entorno de homogeneidad económica real, donde no exista una concentración tal de poder social que sea capaz de condicionar y subyugar a la mayoría restante de la sociedad.


NSS

Lamento no poder enterarme, vía blog, de más detalles sobre el Estado bismarckiano.

Sí, supongo que el problema de sintetizar toda una ideología es que el resultado suena, inevitablemente, simple. Así planteado, se trata de Estado del Bienestar exacerbado o cuasi-socialismo. Como dije antes: el intento sueco. Testado, fracasado y desechado. Pero, ay, como en el 89, queda aún quien no se da por aludido. Lo digo porque hay democracia constitucional, derechos básicos y propiedad privada. Eso sí, sin "homogeneidad económica", un eufemismo para referirse a una enorme presión fiscal sobre las rentas más altas. Nada nuevo bajo el sol.


DT

Bueno, disculpe que no me ponga en estos ratos libres a dar cuenta detallada de lo que escribo por otro lado, aunque creo que lo que le he indicado bien vale para que al menos se replantee ese juicio tan rotundo que planteaba en su respuesta.

Tampoco creo que pueda dar más de sí la presentación de credenciales ideológicas en un debate virtual. Al menos lo he intentado, y siento si le parece simple. Lo que me cuesta comprender es eso de 'testado, fracasado y desechado'. Si se aplicase sus propias recetas, habría de saber que el centralismo excluyente del mercado también está más que testado y fracasado en nuestra historia, como han vuelto por cierto a poner de relieve los últimos acontecimientos. Además, ¿cuáles son sus criterios para determinar con tal rotundidad unilateral el fracaso del Estado del bienestar? ¿criterios de eficiencia técnica o de calidad de vida; criterios de rendimiento económico o de sostenibilidad? Además, ¿tan desechado y desaparecido está el modelo, cuando por mis últimas noticias, aunque acorralado, sigue practicándose hasta más allá de Suecia?

Y no se trata de una presión bestial sobre las rentas más altas, sino sencillamente de la imposibilitación (si cabe la palabrota) de que existan dichas rentas. Ya sabe, ningún rico es inocente.

Por otro lado, no deja de escamarme el que sistemáticamente eluda las respuestas a las cuestiones más sensibles: si tan despiadado, radical y descerebrado le parece apoyar el modelo, ya sepultado por la historia, del Estado del bienestar (que parecía defender en una respuesta anterior), por qué piensa que hay razones para apoyar otro que cuenta con evidencias permanentes, históricas y actuales, que no sólo desmienten su propio relato legitimador (iniciativa individual, espontaneidad social, oferta y demanda etc.), sino que demuestran su práctica inviabilidad, pues es incapaz de universalizar bienes elementales y tiene además el coste de la servidumbre y, con más frecuencia de la deseada, de la muerte de personas (algo, por cierto, que no puede achacársele a la lógica del Estado del bienestar)

Ya le digo, exíjase a sí mismo esas salidas de la caverna que requiere con energía a los demás, porque lecciones históricas para demostrar el fiasco liberal hay en abundancia, y seguirá habiéndolas.


NSS

Parece que nos hemos quedado como únicos contertulios, Dick.

En primer lugar, no veas ni sombra de reproche, ironía ni nada similar en mi lamento acerca de que no desarrolles tu apunte sobre la política social de Bismarck. Está claro que una revista especializada es el lugar natural a donde enviar nuestros artículos, no a los comentarios de un blog. Te digo, con toda la honradez intelecutal, que mis investigaciones acerca de la historia de Alemania no me han llevado a esa cuestión, así que dejaré en suspenso, hasta cerciorarme, mi afirmación acerca del estado bismarckiano como "desarrollado estado social".

Y aplico lo mismo a tu intento de sintetizar complicadas ideas en un mero comentario cibernético. Te agradezco el esfuerzo y continúo reflexionando y aprendiendo.

En cualquier caso, me interesa la cuestión: ¿qué significa Estado del Bienestar? He hablado del caso de Suecia como Estado del Bienestar hipertrofiado. Ése, con sus bien concretas características de pseudo-socialismo, lo repudio. ¿Algún país sigue el modelo sueco y resulta viable? Póngaseme un ejemplo.

Defender el Estado del Bienestar o el liberal estado mínimo ha quedado, a mi parecer, hueco, dado que, inmediatamente, se plantea la pregunta, ¿hasta dónde llega el estado mínimo? Liberales decimonónicos los hubo que defendieron hasta la privatización del ejército, luego para ellos un ejército público ya sería estado excesivo. El sueco se mostró inviable. Piénsese, asimismo, en la famosa agenda 2010 de Schröder.

Parece que lo que más inquieta es que no hable de la miseria y muertes que ha podido ocasionar el sistema de mercado libre. No tengo problemas en admitir que el libre mercado, sin más, genera grandes bolsas de desfavorecidos, explotados y, con la peor suerte, muertos. Pero, el colonialismo, por ejemplo, es una época en revisión; parece que los países occidentales invirtieron en las colonias bastante más de lo que extrajeron. A Gran Bretaña su imperio le salió por un pico. No está tan clara la idea del expolio. (Del Congo también hay mucho para hablar).

¿El libre mercado es incapaz de universalizar bienes elementales, dices? Hay que definir, primero, bienes elementales. Bien, no sería difícil ponernos de acuerdo sobre esta cuestión, aceptado, entonces sólo puedo añadir que el sistema de libre mercado que ha reinado en Occidente ha sido el que más lo ha conseguido. Bastante más, se me concederá, que las cartillas de racionamiento polacas o cubanas. Por supuesto, hablo de este libre mercado tan atenuado que hemos conocido que no sé yo si un auténtico liberal se sentirá satisfecho. Creo que no. El liberalismo, del tipo de Spencer, sólo se encuentra en los libros.

No sé si habré salido un poco de la caverna con este comentario. Un abrazo y, siempre, gracias por comentar aquí.

Y aquí acabó la cosa, para quien haya llegado hasta el final. Podía haber continuado, pues material digno de polémica había de sobra. Por ejemplo, esa manía liberal de atribuir al libre mercado la mejor asignación de los recursos como si los Estados actuales no estuvieran mediados por los cuatro costados por la lógica socialista y sus conquistas. Si hubiese que tratar del reparto del mercado libre, habría que irse al siglo XIX o que cuantificar los despojos del actual modelo norteamericano, si hablar del desastroso y costoso sistema de salud de allí no es ya incurrir en un prejuicioso antiamericanismo. Habría además que añadir que casi todo lo que consume hoy occidente está realizado en unas condiciones laborales la mayor parte de las ocasiones infrahumanas. Entonces, sólo entonces --es decir, sólo eliminando los residuos socialistas y ampliando el abanico hasta el mundo entero-- podríamos calibrar cuánto reparto de bienes elementales garantiza el mercado libre.

Y podría haberse continuado también con la idea de la revisión historiográfica del colonialismo. Como suele ocurrir, estas doctrinas revisionistas en realidad son regresiones a las mismas posiciones que sirvieron en el pasado para justificar la política colonial (o los golpes de Estado como el franquista). Pero aun concediendo que tal corriente pudiera contener algo de novedad o de solvencia intelectual, cosa que dudo, cabría todavía responder: ¿es que ahora vamos también a tener que analizar el imperialismo europeo con el análisis económico? Que a la Gran Bretaña le salió por un pico después de haber asesinado, expoliado, asimilado y humillado a comunidades enteras, ¿y qué más da? ¿quita eso un ápice de barbarismo a esas naciones que pomposamente declaraban los derechos del hombre de puertas para adentro?

Pero como los debates sirven sobre todo, más que para alterar las posiciones de partida, para evidenciar trayectorias mentales diversas, creí innecesario continuar, aunque aquí lo haya hecho un rato, pues pensé que éstas habían quedado suficientemente claras. Y con esa intención, con el propósito de contrastar los giros argumentales de un liberal y un socialista, subo ahora este debate tan extenso con un agradecimiento, cómo no, a sus participantes.

martes, 13 de octubre de 2009

Debate con Non Sola Scripta sobre el mercado

Últimamente, en mi rol de bloguero, me he dedicado más a debatir en bitácoras ajenas que a rellenar la propia. Como el resultado creo que puede resultar de interés, transcribo a continuación el primero de los diálogos mantenidos en la red. En esta ocasión se trata de un apunte escrito por NSS sobre el 'milagro económico de Irlanda', sucedido a su juicio en buena parte por la práctica supresión del Impuesto de Sociedades por aquellos lares. Al post le puntualizaba Alex que Irlanda, después del boom, es la economía europea que, junto a la española, más va a tardar en salir del hoyo. Visto que el citado apunte prevenía que no 'iba a gustar a quienes sientan tendencias anti-mercado', creí buena idea replicar con alguna indicación. Ahí van, con sus correspondientes respuestas, y con algún retoque editorial:

DT

Siento confesar que yo soy uno de esos que se torna suspicaz en cuanto lee o escucha algo acerca de las bondades del libre mercado.

La cuestión es que las mismas mediciones que el mercado emplea para representarse a sí mismo son tramposas. Qué es menos malo, una sociedad con un 4% de paro y un 80% de empleo precario u otra con un 10% de paro (subsidiado) y un 70% de empleo estable y bien remunerado. si nos guiamos en exclusiva por los datos del empleo (como si fuese un valor absoluto) la primera, cuando acaso haya razones sensatas para decir que la segunda, no?

Otra cuestión: ¿pagan realmente las sociedades lo que marca el gravamen? Por mi experiencia personal, que como profesor en derecho incluye la proximidad de colegas con asesorías fiscales, la respuesta es rotundamente negativa: el 30-35% asciende a un 10-15% real.


NSS

Muchas gracias por tan enjundioso comentario, Dick. Nada más halagador que lo lean a uno gentes inteligentes. Creo no traicionarlo si cuento que he pedido opinión al respecto al Profesor Carlos Rodríguez Braun. Permíteme, Dick, que hable por su boca. La respuesta debería sonar, más o menos, así:

El liberalismo defiende el Estado mínimo, no el Estado inexistente (eso lo dejamos para los anarco-liberales, tan ilusos como los intervencionistas). Por tanto, creer en el mercado significa, eo ipso, creer en un escuadrón de inspectores que hagan cumplir la ley. Si las reglas de juego no se cumplen, no achaquemos al mercado luego errores de los que no es culpable.

Hasta aquí hablo por boca ajena. Por boca propia, ahora. Irlanda, desde luego, no generó empleo precario. La desigualdad en el reparto de riqueza se mantuvo en un límite muy aceptable. Ahora bien, también es cierto que si ellos hicieron de su capa un sayo con el impuesto de sociedades, jugaron sucio. Los demás hacían cumplir la ley (o, como indicas, la ficción de que así se hacía) y ellos no.

Y alégrese usted de tener colegas con asesorías fiscales, supongo que su IRPF lo agradecerá cada año.


DT

Muchas gracias por la respuesta. Conozco bien la (ambivalente) tradición liberal (a ella dediqué mi tesis doctoral), y, en efecto, es incurrir en mitología pensar que ésta es anti-estatalista. De hecho, el Estado, tal como hoy lo conocemos, es decir, como monopolista del derecho y la violencia legítima, es creación del liberalismo. Antes de 1789 el derecho era tan consuetudinario y doctrinal como monárquico-estatal. Después de dicha fecha, dejó de serlo. Y fue precisamente la ley, ese mandato imperativo del Estado, el que, valga la paradoja, creó el mercado libre y la propiedad privada individual, reformando, cuando no subvirtiéndo, drásticamente el mundo preliberal de privilegios, corporaciones, estamentos y propiedades colectivas. Así que fíjese si soy consciente de que Estado y liberalismo capitalista van indisociablemente de la mano.

La cuestión no es que por un lado estén unas instituciones que no cumplan su trabajo y no apliquen u obliguen coactivamente a cumplir las leyes, mientras que por otro discurra un mercado inocente. No me refiero ya a la imposibilidad de aplicar ciertas leyes, fiscales sobre todo, por el chantaje explícito de 'si se hiciesen cumplir esto se derrumbaría' o por el uso bien conocido y consentido de las evasiones. Me refiero más bien a que el asunto es de índole cultural: si esta lógica mercantil absolutiza el beneficio privado, eso al final empapa los comportamientos y se refleja en todos los planos de la sociedad, incluido el de la política y las administraciones públicas, cuyos responsables se corrompen para tener Miros en la bañera.

El interrogante sería entonces: ¿esa exacerbación envolvente del beneficio privado es necesariamente seña de identidad del liberalismo capitalista? Puede que así sea, pero en mi opinión se trata de una traición del capitalismo a sí mismo, o de una adulteración de éste, en la medida en que se aleja de las condiciones que lo hacen sostenible y que ya puso de relieve Weber: ascetismo, profesión como realización personal, empresa familiar, entrega, previsión a medio y largo plazo y, por consiguiente, responsabilidad. ¿Son esos los patrones que siguen muchas de nuestras empresas? Yo creo que no. Al menos, eso es lo que me dicen esos colegas asesores: que empresarios que ahora están o en quiebra o con regulaciones de empleo adquirían coches hace dos años por más de 120.000€. ¡Todo un ejemplo de previsión!

La cultura del pelotazo, justo aquella que empezaron a impulsar entre nosotros los socialistas, la cultura opuesta a la del mérito y el sacrificio, lejos de ser la esencia del capitalismo, puede que haya sido y sea su peor padecimiento.

PS: Y, ya sabe, para los que tenemos nómina, o cobramos por conferencias y textos, no hay lugar al trapicheo fiscal. Aunque tampoco hay intención de ello.


NSS

1. Efectivamente, es el liberalismo quien derroca el viejo orden feudal. El propio Marx reconoce que la burguesía tuvo el mérito de acabar con dicho sistema de estamentos y privilegios.

2. Ciertamente, mientras el liberalismo no dé el paso al anarco-liberalismo, no negará la intervención del Estado y su actitud, por tanto, será bivalente (si se quiere llamar así). Es más, defenderá que el Estado genere una gran cantidad de legislación, especialmente laboral (para evitar contratos que ahora llamaríamos basura y semejantes) y fiscal, porque el ejército, la acuñación de moneda y otras cuestiones sí permanecen como bienes provistos por el Estado.

3. No creo que el que algunas empresas cierren por imprevisión de sus responsables sea un fracaso del sistema. Al contrario, el fracaso sería subvencionarlas para mantenerlas en un estado de vida artificial (como sucedió en Suecia). Quizás un buen lema para el liberalismo sería: "Por el derecho a fracasar".

4. Si alguien se compra un coche de 120.000 euros, hay alguien, seguramente varias personas, que ha ganado mucho dinero con esa transacción. Detrás de ese coche hay puestos de trabajo. Quizás en otro país, pero debe de haberlos. Quien lo compró puede haberse arruinado, pero ha creado riqueza para otros. Otros que, a su vez, quizá generen empleo, donde podrán trabajar quienes pierdan el suyo en la empresa del poco previsor. Mano invisible, mano invisible.

5. Sí, es penoso que la hacienda pública la sostengan quienes cobran por nómina y otros ingresos trasparentes mientras se hace la vista gorda ante estafas de todos conocidas.

6. El libre mercado es sustancialmente injusto, a mi modo de ver, por el hecho de que no todos nacemos con las mismas oportunidades. No nos ganamos nuestra posición en la parrilla de salida en base a criterio alguno. Es puro azar. Sin embargo, la inversa, la abolición de la herencia y de su hermana siamesa la propiedad privada, ya se ha experimentado. Con funesto resultado.

7. Gracias de nuevo por tan suculentas reflexiones, Dick.