He estado viendo un trozo del especial que han pasado en La 2 sobre el golpe de Estado de hace 30 años. Lo dirigía Iñaki Gabilondo y los entrevistados eran Carme Chacón y Alberto Oliart, que comparecían en su calidad de ministros de defensa de entonces y ahora. En relación al asunto que trataban, lo más destacable ha sido la entereza y decisión con que el entrevistador, Gabilondo, ha aludido a los temas controvertidos del golpe. Preguntó acerca de las dudas, sospechas y oscuridades que se cernieron desde los peldaños más bajos del ejército hasta su mando supremo, el del monarca. Interrogó a la Chacón sobre la reacción de los actuales mandos militares frente al antecedente golpista. Aludió al ignominioso comportamiento de imputados, abogados y medios periodísticos con ocasión del juicio a los culpables de aquella tropelía (buen asunto de estudio, por cierto, para un historiador del derecho), e incluso refirió la actual revalorización pública y mediática del discurso de la derecha golpista. En ninguno de los casos los ministros, con su vacua retórica, dieron la talla ni supieron más que eludir respuestas directas.
Sí hubo, en cambio, una declaración de la actual titular del ministerio de defensa que me resultó sumamente esclarecedora. Inquirida por el viraje del PSOE respecto de la OTAN en 1982, además de una respuesta convincente, indicó, en términos más generales, que su partido ascendió a la condición de un "partido de gobierno" cuando "abandonó el marxismo y entró en la OTAN", convirtiéndose al "realismo político".
A mí me alegra que sea una propia dirigente socialdemócrata la que defina con tanta exactitud la condición de su partido. Quizá a los más incautos resulte algo oscura la consideración, mientras que a los aficionados a la historia de las ideas políticas acaso resulte tan clarificadora como errada. Equivocada lo es porque opone el marxismo y el realismo como categorías que se repelen mutuamente, reduciendo la doctrina marxista a lo más residual de ella, la prognosis y el anunciamiento de una sociedad sin clases, sustrayéndole, por tanto, su núcleo metodológico y espiritual, esto es, el materialismo, la dialéctica y la consiguiente pretensión de fundar el conocimiento en la misma realidad. De hecho, no por casualidad, Marx (y Engels) polemizó frecuentemente con socialistas utópicos y con anarquistas libertarios.
En definitiva, lo que Carme Chacón con su incultura quería decir es que su partido renunció a la "lucha de clases" como medio para conquistar el poder. Sobre tal renuncia podríamos tratar con cierta amplitud, pues me parece impecable si se entiende, como hicieron los soviéticos y nazis, que el fin de la política es aniquilar al enemigo, pero creo que es del todo desacertada si supone el olvido de que en la base de la política existen intereses contrapuestos, la mayoría de ellos de naturaleza económica. Sin embargo, lo interesante a nuestros propósitos es resaltar el carácter 'realista' que la ministra atribuía a su formación.
La aceptación de la OTAN y, en definitiva, del statu quo, clarifica mejor el apelativo de realista, que Chacón asociaba a la 'madurez', 'la mayoría de edad' y la capacidad de postularse como partido con opciones de gobernar. En efecto, entre las premisas del actual partido socialista destaca la renuncia de antemano a transformar la realidad, la aceptación de ésta como una cosa dada, de por sí legítima e inalterable, que tan solo cabe preservar frente a las posibles alteraciones. La cuestión es que esto es lisa y llanamente doctrina conservadora, adecuación a las jerarquías existentes, en suma, puesta al servicio de la distribución del poder vigente. No es que nuestra socialdemocracia haya perdido todo conato de rebeldía e imaginación, ni que se haya acomodado a su actual posición de relativo predominio; el problema es que acepta como punto de partida de toda su filosofía que la realidad existente es incontestable, obviando así que la política es una actividad creadora de dicha realidad y contribuyendo con ello al ocaso de la política misma y, por tanto, de los propios supuestos para su reproducción y supervivencia en cuanto partido.
PD. Concluyamos el apunte por donde empezamos: el 23-F, planteando una duda intelectual. Probablemente debido a mi ignorancia, pero desde luego también a la dosificación informativa de los medios generalistas, tengo la sensación de que cada efeméride del golpe queda sin tratar su dimensión político-internacional. ¿Qué hicieron las embajadas de Washington y Berlín hace 30 años? ¿No puede localizarse ahí la clave de los titubeos iniciales y la decantación final del monarca?