jueves, 31 de mayo de 2012

El tamaño del agujero

Entre otras cosas más penosas, esta crisis está sirviendo para instruirse en economía y finanzas, refrescando con ello lo aprendido en las clases de economía política de la carrera. La cuestión es que, a poco que uno se pone a profundizar con el mero razonamiento, se percata de que las informaciones periodísticas convencionales sobre la crisis son superficiales e insuficientes. Pongamos un ejemplo de ello. 

Parece fuera de discusión que el gobierno actual ha decidido rescatar a la banca española. Dejemos de lado la controversia, inexistente en los medios, acerca del acierto, o no, de tal medida. Al menos han empezado a tener la osadía de señalar carencias donde los dirigentes anteriores solo encontraban el "sistema financiero más solvente del mundo". Otra cosa es que, a diferencia de lo que ocurría en los años 1930 en Alemania, cuando el  canciller recurría a decretos de excepción con el fin de no aplicar la ley de quiebras a los bancos rescatadas, hoy se aplique un régimen mercantil privilegiado a la banca, para agravio y oprobio de cualquier pequeña y mediana empresa abocada a la quiebra. 

Sí, ya sé, dejar caer a la banca provocaría "un riesgo sistémico", un "pánico bancario", el "corralito"; no obstante, hasta ahora, no ha habido un periodista ni un economista que se haya dignado a facilitar la cifra que esconden esos lemas, el montante que supondría sufragar la quiebra de los bancos insolventes garantizando el máximo de los depósitos. Si hubiera circulado dicha cifra, igual me habrían convencido de inmediato. Como la desconozco, no dejo de creer que un horizonte de quiebra localizada y controlada de la banca generaría dos ventajas: 1) hacer desaparecer deuda por impago y desaparición del deudor, algo que no ocurrirá con el rescate público; y 2) hacer ver a los defensores del rescate, como Alemania, que el problema que quieren solucionar con él es, en realidad, un problema general, que afecta muy principalmente a la banca alemana, con lo que su solución debe ser compartida y solidaria, mas no basada en el expolio y empobrecimiento unilaterales de una de las partes implicadas, o qué piensan, ¿que el banco alemán que sufragaba la fiesta no ha sido tan irresponsable y especulador como la caja española que chorreaba créditos sin criterio?

Pero perdonen la digresión. Me he puesto frente al ordenador para mostrar con un sencillo ejemplo hasta qué punto las informaciones económicas actuales pueden ser simplistas. Una de las cuestiones más debatidas en estos días es la del tamaño de nuestro agujero bancario-inmobiliario: ¿a cuánto asciende el crédito promotor y familiar incobrable o dudoso? ¿cuánto dinero tiene la banca en activos tóxicos? y, por consiguiente, ¿cuál ha de ser el importe de nuestro rescate? 

Las cifras más realistas sitúan el crédito incobrable o dudoso en torno a 250.000 millones de €. Otros más optimistas hablan de 100.000, y por ahí andará torpemente el rescate, en aplicación de esa equivocada táctica de sacar la mierda en partes, por eso de no asustar al personal. Pues bien, sabiendo que el crédito total en España supera el billón de euros, los cálculos de estas cifras redondas pueden estar equivocados, sencillamente por el hecho de que la cifra total del agujero es móvil, e irá transformándose según la coyuntura económica vigente en cada momento. Y esa movilidad, en un contexto de rescate y de restricciones aún mayores, será siempre in crescendo. Ahí van dos pequeñas muestras de ello:

a) El rescate que se hará del Estado español para que, a su vez, éste pueda rescatar a su banca quebrada estará, con toda probabilidad, cargado de condiciones leoninas: bajada de sueldos y subsidios, mayor desempleo, privatizaciones, etc. Esto provocará de inmediato una bajada de la renta disponible, de modo que todos aquellos que, en la situación actual, cuentan con un préstamo hipotecario o al consumo, y están al corriente de sus pagos, pueden, en un escenario de rescate, verse desplazados hasta engrosar la masa de morosos, haciendo así aumentar la cantidad total de activos tóxicos. 

b) Esas mismas condiciones impuestas por el rescate enfriarán aún más la demanda interna. Fíjense que la apuesta de devaluarnos para exportar es, salvo una proporción minúscula, inaplicable al mercado inmobiliario, solo susceptible de ser absorbido por la demanda interna. Pues bien, si esa demanda se debilita todavía más, si con su pérdida generalizada de poder adquisitivo solo puede permitirse comprar inmuebles, no al 70 o 65% del valor contable actual, que será lo que reconocerán los evaluadores de nuestra banca, sino al 40 o al 35%, entonces el tamaño del agujero aumentará; los inmuebles serán los mismos, pero su valor de mercado será todavía menor, con lo que las pérdidas de la banca serán mayores de las calculadas en un comienzo, lo cual generará nuevas necesidades de rescate. 


En resumen, si el rescate viene acompañado de condiciones y exigencias que profundicen la recesión económica, el agujero que se pretendía tapar no hará sino crecer, porque aumentará la cantidad de morosos y se devaluará todavía más la cartera de inmuebles que posee la banca. 

Como insinué en mi digresión, mucho hay que argumentar para convencer de que la salida y fin del euro o la quiebra de los bancos describan un horizonte más desolador que el círculo vicioso en el que vivimos instalados desde hace más de dos años. Y el problema es que en pocos debates públicos se barajan estas otras alternativas.    

jueves, 10 de mayo de 2012

Las dos (o más) izquierdas entre la historia alemana y la Grecia actual

Ayer, el candidato a la presidencia griega por la coalición izquierdista Syriza reconocía que le había sido imposible formar gobierno. Si el candidato del PSOK no lo consigue, en los próximos días habrán de convocarse irremediablemente nuevas elecciones. Y si la formación de un gobierno estable ha devenido imposible será, entre otros motivos, por el penoso desacuerdo entre las cuatro formaciones de izquierda que se presentaron a las pasadas elecciones: Syriza (comunismo y ecosocialismo europeísta, con un 16,6%), PSOK (socialdemócratas y socioliberales, 13,4%), KKE (comunismo de estela soviética, 8%) y la Izquierda Democrática, con un 6,1%; cuatro formaciones que, como puede calcularse, cuentan con un respaldo del 44,1% de los griegos que decidieron ir a votar el pasado domingo. (Recuérdese que en España el PP gobierna con una amplia mayoría absoluta justamente con el 44.62% de los votos).

A muchos comentaristas oficiales les escandaliza la fragmentación y dispersión del voto. Prefieren la gobernabilidad a la proporcionalidad y al pluralismo político (ese valor que, según la Constitución, informa nuestro Estado). Yo tiendo a inclinarme por lo segundo, pero tengo muy presente que el pluralismo debe ser capaz de transmutarse en unidad para la toma de decisiones políticas. Y la izquierda europea parece experimentar un bloqueo insuperable frente a esa exigencia política y pragmática de convergencia. La experiencia griega, al menos por ahora, ha vuelto lamentablemente a ponerlo de relieve. El problema, de suma gravedad, es que lo ha hecho en una coyuntura extremadamente delicada, por el notable auge de Aurora Dorada, una derecha ultranacionalista y filonazi que ha obtenido el 7% de los votos. 

La situación griega me hizo recordar la crónica del judío, militante del SPD y exiliado Franz Neumann sobre el "derrumbamiento de la democracia" en la Alemania de Weimar. Entre otras enseñanzas, de ella se deduce la considerable responsabilidad que en tal desplome tuvieron las dos izquierdas, la socialdemócrata y la comunista. Os resumo sus contenidos (Behemoth, pp. 47 ss.)

***Desde 1922 y hasta 1929, la República de Weimar había funcionado de manera relativamente estable debido a "una prosperidad ficticia hecha posible por préstamos extranjeros". La crisis financiera manifestó de manera dramática la debilidad de ese crecimiento económico. Sus efectos se trasfirieron rápidamente al campo político. El Partido Demócrata, uno de los miembros de la coalición que apoyó la Constitución de 1919, se hundió por completo. El Zentrum católico, también artífice de aquella norma fundamental, se escoró claramente a la derecha. Y socialdemócratas y comunistas dedicaban "mucha más energía a combatirse entre sí que a la lucha contra la amenaza creciente del nacional-socialismo". 

En enero de 1932 la situación era angustiosa: el paro rondaba los ocho millones de personas. Cada vez mayor número de desempleados no recibía subsidio alguno. "Los jóvenes desocupados constituían por sí solos un problema especial". Había revueltas campesinas, los terratenientes carecían de financiación, así como los pequeños empresarios. "Los propietarios de casas no podían cobrar sus rentas. Quebraban bancos y el gobierno federal se hacía cargo de ellos". Lobbys industriales eran rescatados "a precios muy superiores de su cotización en el mercado". El déficit presupuestario no paraba de crecer y no se activaban programas ambiciosos de "obras públicas" por el temor de "los reaccionarios" a que "revivificara el decaído poder de los sindicatos". 

En el plano político, la presencia de 107 diputados nacionalsocialistas en el Reichstag (Parlamento) hacía imposible toda formación de gobierno. Y es aquí donde se presentó el dilema para el SPD. Tenía, de un modo u otro, que propiciar una salida a aquel colapso y las salidas eran solo dos: debía elegir "entre el camino de la revolución política mediante un frente unido con los comunistas dirigido por los socialistas o la cooperación con las dictaduras presidenciales de Brüning, von Papen y Schleicher en un intento de eliminar el peligro mayor que representaba Hitler".

La decisión inicial fue "tolerar el gobierno Brüning". Posteriormente, en las elecciones a la jefatura del Estado de abril de 1932, en vez de hacer frente común con el comunista Thaelmann, el SPD decidió en la segunda vuelta apoyar al mariscal Paul von Hindenburg con el fin de evitar la victoria de Hitler. Al giro de dos meses, mostrándose una vez más, como en los años 1920, que 'Roma no paga traidores', Hindenburg suspendía la autonomía del Estado de Prusia, gobernado por el socialdemócrata Otto Braun, y nombraba como comisario gubernamental del mismo a Papen. 

A la vuelta del verano, en noviembre de 1932, se celebraron nuevas elecciones legislativas, en las que el NSDP perdió 34 escaños. Por su parte, los comunistas estaban convencidos de que Hitler solo iría a peor, y de que, "en un inmediato futuro", llegaría la ansiada "revolución social que instaurase la dictadura del proletariado". Y por la suya, los socialdemócratas creyeron que el nacionalsocialismo estaba derrotado por este relativo revés electoral. Así, su principal teórico, Rudolf Hilferding, sostenía a primeros de enero de 1933, en un artículo titulado Entre dos decisiones, que, una vez debelado Hitler, la "aspiración primordial de los socialistas era la lucha contra el comunismo". El SPD decidió así negarse a colaborar con el primer ministro Schleicher y rechazar "el frente único con el partido comunista". 

Simultáneamente, el 4 de enero de 1933, "el banquero de Colonia Kurt von Schroeder arregló una conferencia entre von Papen y Hitler que produjo una reconciliación entre los viejos grupos reaccionarios y el nuevo movimiento contrarrevolucionario". A final de mes, Hindenburg encomendaba a Hitler formar gobierno y lo nombraba canciller de Alemania. ***


Si el lector ha tenido la paciencia de llegar hasta aquí se habrá quedado asombrado por los paralelismos: desempleo, crisis del crédito, rescate de bancos y corporaciones con dinero público y auge del nacionalismo exacerbado. Sin embargo, las diferencias son abundantes. 


Como me recordaba Paco Robles por tuiter, el comunismo al que se oponía el SPD no era otro que el de Stalin. En parte, efectivamente, era así, aunque ni toda la izquierda fuera del SPD era pro-soviética, ni Stalin, en 1932-33, tenía ya como prioridad absoluta europea desencadenar una revolución social, sino más bien frenar el auge del fascismo, por mucho que en la URSS estuviese ya entregado a sus purgas genocidas. Además, lo que diferenciaba por entonces a socialistas y comunistas no era tanto el fin, la abolición de la sociedad de clases, como el medio, revolucionario en un caso y reformista en otro. 


De cualquier manera, hoy por ningún lado se aprecia esa inminencia de revolución igualitaria que espoleaba a los nacionalsocialistas. La base -y buena parte de la causa- del conflicto de entonces era además una sociedad que arrastraba todavía claras inercias feudales, mientras que la de hoy es una sociedad económicamente cada vez más desigual, cierto, pero jurídica y políticamente mucho más homogénea. Por eso, trazar paralelismos entre aquel escenario y éste no deja de ser un ejercicio de simplismo historiográfico.


No obstante, estaríamos ciegos si no apreciásemos ciertas semejanzas entre la actitud de socialistas y comunistas de aquellos tiempos y socialdemócratas e izquierdistas críticos de ahora. A no ser que reparen su error concurriendo a la segunda convocatoria coaligados, no han estado a la altura de los acontecimientos al colocar sus desacuerdos subsanables por encima de la formación de un gobierno sólido de signo rotundamente progresista. Si Aurora Dorada capitaliza esta discordia, y los conservadores, como en la Alemania del 1932-33, concluyen por darle oxígeno, podríamos repetir lo peor de nuestra historia, y buena parte de la responsabilidad se deberá al anticomunismo de los socialdemócratas y a la intransigencia y dogmatismo proverbiales de muchos comunistas. 


Coda. Y si al final la cosa queda en Grecia como parece, con coalición centrista entre Nueva Democracia, PSOK e Izquierda Democrática, también la discordia entre las izquierdas, entre los comunistas de tradición soviética y los europeístas y democráticos, habrá impedido un giro sustancial en la política económica griega, pues de haber concurrido juntos a las elecciones, con su más del 20% de votos, habrían sido, con el bonus de 50 diputados al partido más votado, la formación ganadora.